1° de MAYO: EL ÁRBOL ESTÁ TAPANDO EL BOSQUE

Será una jornada signada por las limitaciones de la pandemia y todas las sombras que sus consecuencias lanzan sobre el futuro laboral. Pero ese no es el problema y nadie se anima a decirlo en voz alta.

 

La pandemia se llevó miles de vidas en el mundo entero y además modificó las reglas de la economía tal cual venía siendo administrada hasta principios del año pasado. Y al hacerlo se cargó millones de puestos de trabajo, aplastó derechos consagrados, para agregar más precariedad a las relaciones entre trabajadores y patrones, y varió las prioridades de las naciones en materia de demanda de bienes y servicios: hoy una vacuna y un trabajador de la salud, la ciencia o la investigación es más buscado que cualquier otro bien producido en el mundo.

En nuestro país estamos observando por estas horas la reaparición de las presiones sectoriales para conseguir beneficios para sus afiliados. Así los gremios piden recomposiciones salariales y las organizaciones sociales -hoy tan poderosas e influyentes como aquellos- exigen aumentos en las asignaciones de todo tipo que reciben quienes, aún antes de la pandemia, habían quedado al costado del camino.

Pero en lo coyuntural nadie habla de como hará el estado, sin caer en la emisión que significa seguir alimentando el peor impuesto al trabajador que es la inflación, o el sector privado. sin acceso al crédito de fomento con tasas competitivas ante un mercado internacional que sigue ofreciendo dinero a bajo costo pero ignora a la Argentina como posible tomador, para recomponerse rápidamente y conseguir eficiencia, dinámica y proyección que le permita ofrecer empleo.

Y en lo vinculado con la construcción de una sociedad productiva y con chance de competencia nadie atina a hablar de lo que ya estaba pendiente antes del inicio del drama sanitario y reaparecerá con mucho más fuerza el primer día de la nueva normalidad: el avance de la virtualidad y el trabajo a distancia -ya no como emergencia sino como tendencia consolidada en el mundo entero- y el cambio de las normas de contratación que viran a toda velocidad hacia formas menos protegidas y más vinculadas a la productividad.

Y esto es así, nos guste o no nos guste…

Porque es una tendencia irreversible que ya destruía millones de puestos de trabajo a partir del principio de este siglo y que hoy avanza a pasos agigantados sobre el mercado de la producción y todo lo que lo rodea.

Sería tiempo de comenzar a trabajar sobre esta cuestión e inclusive utilizar la emergencia como pretexto para sacarse de encima viejos atavismos ideológicos que fueron posibles en un tiempo, pero hoy ya están fuera de toda razón. Si algo tuvieron de valor las leyes sociales y laborales consagradas por el peronismo a mediados del siglo pasado fue el hecho de interpretar lo que en ese momento era tendencia en todo el mundo.

Y aunque parezca una exageración, insistir hoy con ese modelo es tan absurdo como si entonces se hubiese pretendido proyectar hacia adelante con las reglas de juego de la economía conservadora. Porque a veces, hay que entender, no se trata de dibujar en el aire una realidad soñada sino de entender cual es la verdadera y buscar las maneras de extraer de ella los mejores frutos posibles.

Por ello es urgente debatir con la mente abierta, y mirando al mundo, las nuevas reglas de juego que eviten que en un futuro cercano quienes las impongan sean, como siempre, los más fuertes. Se trata de evitar que otra vez triunfe el país de los privilegios en el que poderes concentrados y burocracia política sean los únicos beneficiados de una sociedad decadente y empobrecida económica y culturalmente.

Pero para eso es necesaria una generación de estadistas que sean capaces de pensar y obrar con comprensión, inteligencia, visión y coraje. Un grupo de hombres y mujeres con capacidad de asumir el costo de hacer lo que hace falta y no caer en la facilidad de fingir, emitiendo dinero sin valor y multiplicando la cantidad de personas a las que el estado mantiene apenas por encima de la línea de supervivencia, mientras la república se prostituye, la nación le pone un corsé al ejercicio de su soberanía y el país termina loteado y a expensas de quien quiera llevarse su riqueza o hacerse de su territorio a cambio de monedas.

Y esa generación virtuosa es la que está faltando, desde hace mucho, en la Argentina.