24 DE MARZO: EL DÍA QUE EL PAÍS MIRÓ PARA OTRO LADO

El golpe más anunciado de la historia fue acompañado por una sociedad que oscilaba entre la indiferencia y el apoyo. Pocos vieron lo que venía y si lo hicieron poco les importó.

 

Era una Argentina invivible aquella de marzo de 1976. Violencia, inflación descontrolada, luchas salvajes por el poder y una conducción débil y errática que nunca había logrado hacer pie desde el momento que, tras la muerte de Juan Domingo Perón el 1° de julio de 1974, debió hacerse cargo de un país en el que ya nada era normal.

El propio líder, pocos días antes de fallecer, había amagado con renunciar a la presidencia y solo la rápida intervención de la CGT, que convocó a una masiva movilización popular aquel frío 12 de junio, logró frenar aquella decisión, aunque nada podría frenar el deterioro acelerado de la salud del anciano mandatario.

El golpe militar del 24 de marzo de 1976 no fue «un rayo en un día de sol», como había sostenido casi medio siglo antes el escritor José María Sarobe en el discurso que escribiera para la asunción del Gral. José Félix Uriburu tras el primer golpe militar en el país y el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen. 

Ejemplificaba con ello algo que fue una constante en las siguientes asonadas ocurridas en 1943, 1955, 1966 y esta de 1976 de la que hoy se conmemora su 45° aniversario: siempre contaron con un apoyo sustancial de parte de la sociedad que, poco a poco, fue incorporando la opción militar como parte de la normalidad política argentina.

Y así, entre los que proponían irresponsablemente que llegasen los militares «para poner orden» y aquellos a los que le daba lo mismo lo que ocurriese «mientras podamos vivir en paz», la presidencia de la república se convirtió en el grado más alto al que podía acceder un general del Ejército Argentino.

La mañana que le siguió a la detención de la presidente Isabel Martínez de Perón fue de tensa calma en el país; pero miles de balcones y ventanas en las ciudades y pueblos de la república amanecieron embanderados, en señal de inequívoco apoyo al golpe encabezado por la Junta Militar que integraban Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Ramón Agosti.

Como en las tragedias del teatro griego, todos sabían lo que iba a ocurrir, decían no querer que ocurra, pero hacía y dejaba hacer lo necesario para que sucediese la desgracia que pretendía evitar.

Los políticos, sumidos en la impotencia de su propia mediocridad, sin atinar a propuesta o desprendimiento alguno a la hora de encausar el país hacia una lógica posible; los sindicalistas, sumidos en mil peleas y pretendiendo acaparar el poder sin atender a los necesarios equilibrios de cualquier comunidad organizada, peleando por el placebo de aumentos nominales de salarios a los que la inflación devoraba antes de llegar al bolsillo de los trabajadores; los sectores juveniles, sumidos en la sinrazón de una pretendida violencia revolucionaria que intentaba forzar cambios que la sociedad no pedía, convirtiéndose en contendientes irracionales frente a grupos parapoliciales de extrema derecha que respondían a lo más ultramontano del poder y teñían las calles de sangre y demencia.

Y los militares, al igual que en aquel lejano 1930, convertidos en brazo armado de los poderes económicos que, una vez más, los empujaban a constituir un gobierno políticamente nacionalista y clerical y económicamente entregado al neoliberalismo más conspicuo.

Todos los protagonistas, con el ciudadanía incluida, repitiendo una tragedia que ya antes se había puesto en escena y que nunca tuvo un final feliz.

A partir de entonces el silencio se apropió del alma de los argentinos. Manipulada la información, ocultada la trágica verdad del terrorismo de estado y copatada la opinión pública desde los medios, la cultura y la educación, no fue difícil para la dictadura instalada en el poder desarmar la conciencia crítica de la sociedad e imponer un estado de indiferencia ante el error que solo se sacudiría cuando, con la vuelta de la democracia en 1983, se conocieron en profundidad los horrores con los que habíamos convivido durante todos esos años.

Si insistimos en escribir la historia que no fue, si pretendemos cambiar los hechos en beneficio de algún protagonista de aquel tiempo, si no detenemos rápidamente el deterioro de la confianza social en las instituciones y en sus dirigentes, si otra vez dejamos que los intereses de facciones se eleven por sobre los del conjunto, si manipulamos las leyes para conseguir privilegios o venganzas o si, en definitiva, no cambiamos los vicios comunes que jalonaron la larga noche argentina que conoció su hora más oscura a partir del aquel 24 de marzo de 1976, volveremos a caer en la aventura de los iluminados y seguramente padeceremos la violencia criminal que siempre los acompaña.

Ya no podemos seguir mirando para el costado…