A DIOS ROGANDO… Y CON EL MAZO DANDO

En un hecho ciertamente histórico el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, habló en la 69 sesión de la Asamblea general de la ONU, en Nueva York, y delineó algunas modalidades con las cuales construir eventuales respuestas internacionales a la crisis de hoy.

Dijo que la Santa Sede considera “urgente” detener la agresión del terrorismo “transnacional” a partir de una “acción multilateral” y de “un uso proporcionado de la fuerza” para “garantizar la defensa de los “ciudadanos inermes”.

Pidió, en pocas palabras, que se analice la vía armada –dentro de las reglas internacionales (que serían ese uso proporcionado al que hizo referencia)- para atacar de raíz el violento flagelo del yihadismo que hoy encuentra su cara más perversa en el autodenominado Estado Islámico.

Esta solicitud, que a muchos puede escandalizar, se basa sin embargo en la propia doctrina de la Iglesia sobre el concepto de “legítima defensa”, que encuentra en Santo Tomás de Aquino su más acabada exposición.

Sostiene el Doctor de la Iglesia que la legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. “La acción de defenderse […] puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7). “Nada impide que un solo acto tenga dos efectos, de los que uno sólo es querido, sin embargo el otro está más allá de la intención” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).

El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal: «Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita […] y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).

Recuerda por último que “la legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar prejuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con el uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad”.

Un claro mensaje para quienes lo escuchaban que conoció su punto culminante cuando el diplomático vaticano criticó la actitud de la ONU al sostener que “es este el caso hoy, cuando una unión de Estados, creada con el objetivo de salvar generaciones del horror de la guerra, permanece pasiva ante la hostilidad sufrida por poblaciones indefensas”.

Cosas de este tiempo y de esta nueva etapa de la Iglesia… es el Vaticano el que le pide al mundo que use la fuerza necesaria para terminar con la cuestión.

A Dios rogando… y con el mazo dando