La mas notoria diferencia que deberá marcar Mauricio Macri con respecto a su antecesora radicará en dedicarse a gobernar, algo que Cristina ni hizo ni intentó en ocho años de mandato.
Néstor Kirchner gobernaba. Cada uno podrá decir que bien o mal, pero lo cierto es que el extinto mandatario se fijó algunos objetivos de administración y los cumplió a rajatabla. Para él, mantener los superávit gemelos (comercial y fiscal) era una prioridad irrenunciable y así encaró su cumplimiento.
Prioridad a la que le agregó buscar un crecimiento sostenido de las reservas del Banco Central, que a su juicio deberían llegar a los U$S 40 mil millones para colocar a la Argentina fuera de zona alguna de turbulencias. Y si bien no llegó al objetivo, estuvo más que cerca: al dejar el gobierno había atesorado U$S 36 mil millones en el BCRA.
Es cierto que para sumar un poder que no tenía en el inicio de su gestión, sobreactuó cuestiones como las vinculadas a los derechos humanos y desvió fondos públicos a campañas sociales sin demasiada organización ni articulación con verdaderas políticas de generación de empleo.
O encaró una reorganización de la deuda externa que, aún sin discutir su necesidad, no tuvo la apoyatura diplomática necesaria para evitar un aislamiento que el país sintió muy fuertemente en los años siguientes.
Pero gobernó; o al menos intentó hacerlo.
Cristina nunca gobernó. Se limitó a manotear el dinero de cuanta caja tuviese a mano ( reservas del Central, ANSES, Banco Nación y hasta el último centavo del Tesoro Nacional) para aplicar a sus disparatadas políticas asistencialistas y subsidiadoras, sin siquiera preocuparse un solo día por atender al crecimiento de la producción nacional.
Para Cristina gobernar era gastar; ya aparecería otra caja para esquilmar.
Y así dejó al país; vaciado, indefenso, inundado de billetes sin valor que mandaba imprimir sin respaldo alguno y casi con demencial aceleración. Con una inflación -producto de esa monetización enfermiza- que se aceleró peligrosamente en el último tramo de su mandato y con un Banco Central sin reservas y un Tesoro depredado.
Casi como la chica rica de una mala novela, Cristina solo se dedicó a gastar sin ton ni son para financiar su fiesta autorreferencial y demagógica.
Por eso la diferencia que Mauricio Macri deberá marcar es justamente esa: debe gobernar.
Tomar medidas que vuelvan a potenciar la economía y la producción y reducir fuertemente el alocado gasto público. A punto tal que no sería equivocado que sus asesores lo invitaran a copiar, vaya ironía, aquella compulsión de Néstor Kirchner por los superávit gemelos y el colchón de reservas.
Lo demás será elegir correctamente la inversión, volver seriamente al mercado de capitales, definir una política internacional que sea confiable y sobre todo no perder de vista una sabia distribución de la riqueza. Pidiendo además a los argentinos una fuerte dosis de paciencia que seguramente estarán dispuestos a dar en la medida en que vean que las cosas se hacen con corrección y honestidad.
Se terminó el absurdo momento de los caprichos y los desencuentros y desde hoy los argentinos nos proponemos vivir un tono distinto, cordial…normal. Y ansiamos además que el nuevo presidente encuentre rápidamente el camino de la tan necesaria recuperación económica, social y moral del país.
Si lo logra, habrá acertado con lo que todos le pedimos a nuestras autoridades: que gobiernen.
Nada más y nada menos.