Por Adrián Freijo – Un acto que continúa la tradición endogámica del kirchnerismo y en el que todo transcurrió entre lo vetusto y las agotadoras internas de quienes arremeten contra la realidad.
Todo en el escenario olía a viejo, si por viejo entendemos a la ideología como forma de interpretar la realidad. La adusta cara de Lula, la somnolencia de Pepe Mujica, la impostada desatención de Cristina ante la palabra del presidente y el forzado mohín de atención de Alberto mientras su vice lo aporreaba, lo condicionaba y le dictaba los pasos a seguir desde el gobierno, fueron la más clara imagen de una ficción que arrancaba con la decisión de celebrar una fiesta de todos los argentinos invitando solo a los que estaban dispuestos a aplaudir lo que los protagonistas afirmasen.
No fue una fiesta de todos ni se celebró la democracia; fue un encuentro del kirchnerismo para celebrarse puertas y preconceptos adentro.
Todo lo que volcó Cristina en su discurso representa un país que nunca fue, que ella imaginó y al que no supo, no quiso o no pudo construir. El verdadero, el que dejó tras sus dos períodos de gobierno, reconoció índices alarmantes de pobreza, de desocupación y de fuga de capitales. Si hasta causa gracia escucharla clamar por «argentinos que apuesten a su moneda» cuando todos vimos las cajas de seguridad repletas de dólares de su propia familia y sus ingentes esfuerzos por recuperarlos.
Habló de un pasado que nunca existió y lo hizo con la desaprensión de quien en realidad está pensando solo en la intención oculta de su mensaje: decirle a Alberto que es lo que tiene que hacer con el FMI, sin detenerse a pensar que, aún queriéndolo, el presidente no tiene hoy la posibilidad de cancelar la deuda con el organismo como pudo hacer Néstor Kirchner con los dólares remanentes de la convertibilidad y del duro ajuste pesificador que Eduardo Duhalde había acumulado en sus casi dos años de mandato.
Lo que suena raro cuando ella misma marca una realidad que nadie puede ignorar y que es la irresponsabilidad de Mauricio Macri al aceptar un endeudamiento que ya por entonces, a la luz de las reservas reales, era de pago imposible.
El país que nunca fue, y al que Cristina parece abrazar con pasión delirante, poco puede aportar a aquello que debemos hacer para dejar atrás esta larga noche.
Y lo más grave es que tras ese baño de irrealidad, aparece Alberto Fernández para hablar entusiasmado del país que nunca será. Toda su andanada de amenazas al FMI empalidecen ante la imagen de su ministro de Economía sentado en la mesa de negociaciones y aceptando «cambios técnicos» en el plan económico que no son otra cosa que ajustes fiscales y previsionales. ¿A alguien se le ocurre que Argentina va a patear el tablero, entrar en default y desconocer la deuda?…
Para muestra basta un botón: en las últimas horas el gobierno estuvo sondeando a países amigos para que intercedan ante el Fondo para que, firmado un avenimiento en las condiciones exigidas por los acreedores, se produzca alguna liberación de fondos frescos y se posterguen los vencimientos desde aquí al final del segundo semestre de 2022. No parece por cierto una vía de ruptura o una estrategia de negociación…mañana, una vez más, habrá que convencer a los acreedores que tanto fuego artificial es solo para «la gilada».
Igualar endeudadores con genocidas es, además de una cabal demostración del uso de los derechos humanos con mezquinas conveniencias de circunstancia, confundir a Adolfo Hitler con Bill Clinton. El norteamericano dejó el gobierno con un déficit récord pero es venerado por sus conciudadanos por haber puesto de pie la economía de la clase media de su país y consagrado derechos de tercera generación hasta entonces desconocidos por todas las administraciones. El criminal alemán…solo dejó muerte y destrucción tras la etapa más negra de la historia universal.
Por eso, cuando se habla de un país que nunca fue y se promete uno que nunca será, se termina por reconocer que se ha perdido todo contacto con la realidad del que realmente es hoy.
A punto tal que, en el supuesto caso en el que la totalidad de los argentinos coincidieran en que Mauricio Macri ha sido el responsable de todos los males que padecemos, es muy posible que Alberto y Cristina terminen mirándose a los ojos y preguntándose…¿y ahora que hacemos?.
Porque no hay nada más peligroso que construir una ficción en contra de toda razón posible.
Hasta la próxima fiesta…