Alberto dejó en claro que la grieta goza de buena salud

Por Adrián FreijoEl presidente eligió centrar su discurso en denuncias contra la anterior administración y la descalificación de la oposición. Lo electoral superó al sentido común.

Un discurso casi de barricada, centrado en la descalificación de la oposición y una crítica cerrada que no solo abarcó a la administración anterior sino que se remontó hasta los tiempos del megacanje de Fernando De la Rúa y disparó la novedad de el inicio de una querella criminal contra quienes asumieron la deuda externa en tiempos de la presidencia de Mauricio Macri, fue la respuesta de Alberto Fernández a quienes aún dudaban sobre el tono de su mensaje en la apertura del año legislativo nacional.

Insistiendo reiteradas veces en un supuesto espíritu conciliador -al que demolía sistemáticamente con sus denuncias, sus descalificaciones y en no pocos casos claras tergiversaciones de los hechos- el mandatario cerró la puerta a cualquier instancia de diálogo, poniendo seriamente en duda la posibilidad de constituir el Consejo Económico Social en medio de semejante clima de conflicto, aunque sobre el final de su alocución intentó esgrimirlo como el camino a seguir.

Pocas veces un presidente utilizó este tipo de actos y ese recinto para romper lanzas tan violentamente con los opositores. Todo en Alberto Fernández pareció resumir el conocido pensamiento de Cristina Kirchner y su convicción de que la ruptura con quienes no acompañan el pensamiento y acción de gobierno es el único camino viable hacia el éxito del sector que representan.

La primera conclusión sería que en esta Apertura del 139º período de sesiones ordinarias el ocupante de la Casa de Gobierno rindió definitivamente sus módicas banderas de independencia y enterró el nonato «albertismo» hasta nueva oportunidad. Cada mandoble contra los opositores se constituyó entonces en una promesa de lealtad a «la Jefa» y en una puerta abierta a un país que deberá acostumbrarse a una larga campaña plagada de descalificaciones, persecuciones y pérdida de calidad institucional.

Desde el inicio del discurso fue posible entender lo que venía: el jefe de estado solo dedicó algunos minutos al grave asunto de las vacunas VIP y lo hizo para resaltar que todo lo realizado por él y su gobierno fue lo correcto, mientras que la oposición exageró algo que no iba más allá de algún error puntual. Frente al escándalo nacional Alberto optó por avisar que todos estaban equivocados…menos él.

«Si se cometen errores, la voluntad del Presidente es corregirlos de inmediato», dijo el mandatario para dar por zanjada la cuestión y comenzar sus ataques a todos los que piensan distinto al respecto y consideran que el único esfuerzo oficial estuvo destinado a esconder los hechos y minimizar el daño.

Y punto…tema superado y a otra cosa.

Tras fijar su belicosa posición el presidente comenzó a desgranar el largo informe de lo hecho y lo por hacer, aunque ya nadie prestaba atención a un aspecto casi burocrático que la historia ha dejado en claro que no suele ser más que un cúmulo de buenas intenciones. La suma de los informes de cada ministerio suele convertirse en una especie de pintura angelical de una república a la que sus habitantes perciben diabólica; y como nadie se toma jamás el trabajo de comparar entre lo prometido y lo realizado, estos discursos solo sirven para dejar una imaginaria muestra de un país que en realidad no existe.

Pero si algo era esperado era el punto referente a la reforma del Poder Judicial. Y Alberto no se hizo desear…

«El Poder Judicial de la Nación está en crisis» comenzó afirmando, para desgranar lo que a su juicio son privilegios de sus miembros. Claro que no olvidó lanzarse contra los miembros de la Corte Suprema a la que acusó de provocar «hechos llamativos» que los medios concentrados se dedican a esconder, pidiendo además la detención del fiscal Stornelli. Y habló de un entramado entre jueces, fiscales y periodistas para perseguir y espiar opositores, dictando teórica sentencia en una cuestión que aún está en etapa investigativa. 

Para terminar de clarificar el sentido de sus palabras pidió al Congreso que asuma el control del Poder Judicial, en lo que no puede dejar de mirarse como una ruptura fáctica de la independencia de poderes. Pero…¿alguien podía dudar de que esa demanda llegaría de la boca del presidente con la principal interesada en «domar» a la justicia sentada a su izquierda y Sergio Massa, al que le señaló la demora que sus proyectos de control tiene en Diputados, a su derecha?.

En el recorrido de las obras realizadas y por realizarse -con mayor presencia de estas últimas ya que mucho se insistió en el discurso en el freno producido hasta ahora por la pandemia- Fernández no dejó de comparar sus prioridades e intenciones con las de la anterior administración, lo que disparó más de un incidente verbal en el recinto con las respuestas desde el estrado incluidas. Algo que pareció resultar cómodo para la intención del orador que no era otra que comenzar a ser mero representante de uno de los sectores en violenta pugna en la Argentina.

Tal vez la única excepción a la regla, en un tema que despierta un interés directo en la población en su conjunto, fueron los anuncios acerca de un nuevo sistema de cálculo de tarifas de servicios públicos y la aparente prolongación en el tiempo de una política moderada de actualización -habló de un debate parlamentario que no podrá resolverse en lo que queda del año- aunque nada quedó puntualmente claro acerca de como sigue esta traumática historia que afecta cotidianamente a los argentinos. Habrá que esperar las aclaraciones pertinentes.

Mucho se dirá y se escribirá sobre los anuncios puntuales, que ciertamente parecieron disociados de la realidad que viven los ciudadanos, pero todo ello quedará eclipsado por el mensaje más nítido que dejó la apertura de sesiones: Alberto ha renunciado a su vocación de cerrar la grieta -si es que alguna vez existió esa intención- y se prepara a ser parte activa de los enfrentamientos que vienen.

Claro que siguiendo su ya vieja costumbre, concluyó presentándose a sí mismo como «el hombre que sembró la semilla de la unidad del país». Algo difícil de entender después de tanto mandoble y descalificación volcados en el discurso.

Y eso solo, es suficiente para que la sociedad comience a preocuparse.