Por Adrián Freijo – El gobierno estaba convencido que la agenda de la sociedad pasaba por cuestiones que a nadie importaban. ¿El resultado muestra a un país corrido a la derecha?.
Dos años festejando cuestiones que, no por necesarias, dejaban de ser secundarias para el interés de los argentinos. O por lo menos ocupaban el centro de la escena mientras el hombre de a pie penaba por la falta de trabajo, la inflación, la inseguridad y la carencia de una luz al final del camino que indicase que podíamos estar por finalizar el ciclo de la caída constante, del atraso y de la mediocridad.
Mucho tiempo escuchando los reclamos de minorías que, si bien deben y tienen que ser escuchadas, terminaron convirtiéndose en mayorías virtuales en el mundo de la política oficial y de los medios. Al fin y al cabo aquellos a los que decían querer empoderar terminaban padeciendo los mismos males que el conjunto de la sociedad.
Las minorías sexuales también comen, también necesitan de un sistema de salud adecuado, también sufren de inseguridad, padecen el desempleo y, aún en la lógica plenitud de sus derechos ciudadanos, se encuentran en un país que no les garantiza que esos mismos derechos no sean solo enunciados vacíos de imposible cumplimiento.
El derecho al aborto llega a miles de mujeres a las que la fragilidad económica les quita el verdadero derecho a optar. ¿Cuántas de ellas tomarían otro camino si la Argentina les ofreciese caminos de crecimiento y desarrollo para ellas y sus hijos?.
Y cuando el horizonte se cubre de pobreza, de marginación y de falta de oportunidades…¿qué importa si los que lo sufren son citados como todos, todas o todes?.
En la provincia de Budenos Aires la derrota del oficialismo demuestra dos hartazgos: uno general y el otro tan estruendosamente puntual que ignorarlo sería un acto de necedad. La sociedad bonaerense dijo «por acá no» pero en el corazón peronista del conurbano fueron los pobres, los que viven de planes sociales y que hasta ayer eran considerado tropa propia por el oficialismo le dieron la espalda con su voto o simplemente resolvieron no ejercer su derecho a elegir y se quedaron en sus casas.
Muchos bastiones históricos del peronismo cayeron en manos de la oposición y en los otros, los que registraron triunfos de sus candidatos, recortaron las diferencias a márgenes inimaginables.
Pero en el global, el rechazo fue contundente.
En CABA López Murphy sacó el 11 % de los votos con un discurso muy alineado con el tema del gasto público, la inflación, el exceso de Estado y la presión impositiva mientras Milei sacó el 13,66% con su exacerbado mensaje liberal. El 25% del electorado porteño se expresó en una ruptura con el discurso populista.
¿Vuelve el peronismo?
Los sindicatos tienen una agenda de tensión con el gobierno que tendrá un peso mayor tras la contienda electoral. El 18 de octubre la manifestación que piensa hacer la CGT frente a la Facultad de Ingeniería en el Monumento al Trabajo puede dejar mucha tela para cortar.
Porque ya se trabaja en un acuerdo con los gobernadores -que también sufrieron mayoritariamente el cimbronazo- pero también con el sector del empresariado. No los une el amor sino el espanto, como diría la sabia conclusión de Jorge Luis Borges, ya que los unos ven como cada día son menos los afiliados formales y los otros ya no soportan la presión del estado, la falta de inversión y el aislamiento que arrasa con el consumo interno y la exportaciones.
Y ambos padecen una inflación que destruye el salario y dispara los costos de producción.
Y esa alianza tácita entre el capital y el trabajo organizado, que cuenta además con la bendición de la Iglesia y ahora aparentemente de la sociedad, se parece mucho a la que en los albores de su movimiento pergeñó el propio Perón en los años 40 y volvió a intentar, sin suerte alguna, en su retorno al poder un cuarto de siglo después.
¿Se da vuelta la justicia?
Es muy probable que en lo que viene juegue un papel preponderante porque cuando cambia el viento los jueces, expertos en percibir cambios de orientación en el país, suelen acomodar sus fallos a la nueva realidad. ¿Eso es bueno?, claro que no; pero es.
¿Qué pasa si el gobierno negocia con los jueces sacarse de encima a Cristina a cambio de frenar la reforma judicial, la del Consejo de la Magistratura o la del Ministerio Público Fiscal?. El gran temor de la clase judicial se corre ahora al entorno de la ex presidente.
¿Y en el Congreso?
En el Congreso la cosa también pinta distinta. En Diputados, aún con aliados, con todo lo que puede juntar el oficialismo, si se repite una elección como la del domingo en noviembre queda a cinco bancas del quórum propio.
Y con un Sergio Massa golpeado y con menos margen de maniobra que lo obligará a negociaciones que hasta el momento, más allá de un mensaje que pretendía mostrarlo dialoguista, siempre acotó al mandato de las mayorías circunstanciales logradas con la billetera que sumaba a partidos que vivían del «negocio» de apoyar al oficialismo. Ahora todo indica que la impostura y la compra venta de voluntades se hará mucho más dificultosa.
Y en el Senado, territorio colonizado por la mano de hierro de Cristina, la casi segura pérdida del quorum propio obligará a la vicepresidente a concesiones que no están en su esencia ni en su mirada sobre el ejercicio del poder. Cristina no sabe, no quiere y no puede moverse en el terreno de la negociación; su mirada autocrática puede volverse entonces en su contra y complicarle el panorama.
¿Cómo salir de este atolladero?.
Si el gobierno sigue pensando que esto se arregla con emisión se estará suicidando y muy probablemente acercándose peligrosamente a una crisis institucional que puede eyectarlo del poder formal.
La sociedad no le pidió más planes, aumentos lineales que termina devorándose la inflación ni el viejo truco de «poner un pesito en el bolsillo de los argentinos». Todo eso ya fracasó y el ciudadano ha tomado nota de la inutilidad del pan para hoy que se convierte en el hambre de mañana.
Los desocupados quieren trabajo, los beneficiarios de planes sociales también; la clase media exige previsibilidad y el capital ya ha demostrado que no va a apostar hasta estar segura que quien se lo pide no es un tahúr agazapado para soltar la trampa ante el menor descuido. Nadie quiere más de todo esto que desde hace cuarenta años nos lleva irremediablemente al fracaso.
El corrimiento hacia la derecha y el triunfo de Juntos no es un cambio ideológico: es un aviso y tal vez sea el último.
Los índices sociales y económicos son hoy peores que los del 2001. Y no hay que olvidar que previo a aquel diciembre trágico hubo un octubre electoral en el que desde el voto castigo y la abstención la sociedad le avisó a De la Rúa que tenía que cambiar de rumbo.
Aquel presidente no lo entendió…¿cometerá Alberto el mismo error?.
Todavía está a tiempo, aunque este sea cada vez más acotado.