Por Adrián Freijo – Una exposición presidencial que no adelantó nada que no supiésemos con anterioridad pero permitió observar a un hombre capaz de pilotear la nave.
Si queremos encontrarle el pelo al huevo seguramente se lo vamos a encontrar. Algunos términos mal utilizados –«respiradores automáticos» en ves de artificiales, «mayores adultos» en lugar de adultos mayores y alguna otra perlita para los buscadores de frases sin contexto que diviertan al simplismo televisivo de los argentinos- y también la gran distracción de la noche cuando el presidente daba por terminada la conferencia sin haber comunicado la fecha límite de la nueva cuarentena, algo que subsanó por la atenta intervención de su Jefe de Gabinete.
Si lo que buscamos es una debilidad en la propuesta, es posible que muchos pensemos que la autorización «para salir a correr» propuesta por el jefe de estado no sea lo más aconsejable si el resultado final es mantener el aislamiento para evitar más contagios. Ninguno de nosotros pudo seguramente evitar una sonrisa pensando en que ahora se multiplicarán los atletas y miles de argentinos que solo hacen una flexión si encuentran una moneda tirada en la vereda descubrirán una vocación aeróbica que desconocían hasta ahora. Pero habrá que ver como se organiza para evitar los inevitables excesos…
Nada de eso es lo importante….
Porque lo trascendental estuvo centrado en los números comparativos de lo que ocurre con la pandemia en nuestro país y lo que pudo pasar si no se tomaban las medidas de aislamiento que el gobierno implementó desde mediados de marzo hasta la fecha. Los datos de achatamiento de la curva de contagio, que ni siquiera tiene que ver con la cantidad de testeos porque si son hoy insuficientes también lo eran cuando se decretó el #quedatencasa, indican que la decisión fue la correcta y que vamos ganando esa carrera contra reloj que significa preservar la respuesta del sistema de salud frente a una realidad a la que podemos retardar pero no podremos evitar.
El estilo doctoral de Alberto Fernández, parado frente a la cámara con la misma mecánica que utiliza como profesor frente a sus alumnos de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires, fue el exacto que necesitábamos todos nosotros para entender de que se trata y en donde estamos parados. Y aunque ahora vendrán las interpretaciones interesadas, a favor y en contra, la verdad empírica nos indica que todos recibimos el mensaje con claridad y con solidez.
Hasta la orden de «al ataque» Napoleón había llevado a sus soldados al campo de Waterloo convenciendo a todos que era el lugar y la hora exacta para dar la batalla. Solo el desastre final demostraría que aquel genio militar había equivocado todos sus análisis, malinterpretado los hechos y leído mal la información.
Quienes compartieron con él las horas previas al combate y a la derrota contaron que por primera vez el genio de Austerlitz, Jena, Eylau, Friedland y Borodino no había discutido con sus mariscales de campo la estrategia elegida. Todos debieron improvisar sobre el campo de batalla las órdenes de un emperador cansado, distraído y temeroso. Así les fue…
Pues bien, Alberto -lejos de la genialidad del Gran Corso- divide responsabilidades entre sus colaboradores políticos, el comité de expertos y científicos que lo asesoran y la sociedad toda. Con claridad y sin dobleces nos cuenta a todos donde estamos parados y que es lo que podemos esperar.
Y comparte además los logros con todos los argentinos al sostener que «esto no es resultado de la acción de un gobierno sino de la sociedad organizada y consciente de lo que hay que hacer».
Si por una vez logramos alejarnos del prejuicio y centrarnos en el análisis de los hechos tendremos que concluir que estamos haciendo las cosas bien. Todos, el gobierno y nosotros.
Y si además podemos mirar más allá de nuestras narices comprenderemos que poco a poco vamos consiguiendo los instrumentos necesarios para salir de la grieta.
Porque los que dicen que con Cristina al mando hoy estaríamos sumidos en una épica absurda en la que la prioridad sería culpar de todos los males a los poderes concentrados y a los países centrales, pueden tener razón.
Pero los que afirman que con Macri los poderosos serían puestos a resguardo de la crisis y los más humildes quedarían librados a su propia suerte…también.
Estamos comenzando a vivir un país distinto. Frente a una crisis que pone en riesgo nuestras vidas, ni la grieta absurda ni la épica delirante de Galtieri. Ni la mimetización con un primer mundo que se cae a pedazos que nos planteaba Menem ni la verba inflamada de Alfonsín pretendiendo que la democracia, tan solo como concepto, lo resolvía todo.
Hoy caminamos juntos, temerosos y esperanzados, sabiendo que el porcentaje más alto del éxito depende de cada uno de nosotros.
Y por primera vez en muchas décadas el gobierno y la gente hablan un mismo idioma.
Ojalá no sea solo un sueño…