Por Adrián Freijo – El presidente se vio obligado a hablar al país ante la negativa de todos los gobernadores y ministros de hacerse cargo de la situación. El peor momento de debilidad de un hombre que está solo.
El presidente inició su discurso como si el mensaje subliminal fuese «no crean en nada de los que voy a decirles».
«No sé como me contagié» dijo el mismo hombre que se cansó de mostrarse frente a la sociedad con la imagen de un hombre que no respetaba ninguna medida de alejamiento con los demás. ¿A qué argentino esas palabras de Alberto no le devolvieron sus imágenes con Evo, con Moyano, con los trabajadores de al menos diez fábricas, con militantes del conurbano, con las barras bravas que fueron al velorio de Diego Armando Maradona y en tantas otras crónicas de la irresponsabilidad social que lo tuvieron como protagonista?.
Tal vez al hablar de estas cosas estaba pensando más en su furia con los gobernadores, que por primera vez desde el inicio de la crisis sanitaria han resuelto despegarse de la ajada y poco creíble imagen presidencial, pero lo cierto es que ningún asesor de imagen serio -algo de lo que obviamente carece el mandatario- habría aconsejado comenzar el mensaje espantando a los destinatarios.
Todo lo demás fue por añadidura…tanto que hasta su evidente furia con Axel Kicillof pudo pasar inadvertida para quien no conozca los intríngulis de lo que se cocinó en Olivos.
Su pretensión de que solo se limitaría al AMBA, restringiendo la circulación nocturna desde las 20.00 hs. y hasta las 06.00 hs ó que todas las actividades deportivas, sociales o religiosas se desarrollen en ese horario y las actividades gastronómicas queden cerradas en el mismo tiempo no pudieron esconder la improvisación que caracteriza a todo este escenario de la pandemia.
Claro que el momento más grave de sus anuncios fue el que se refirió al retorno de la virtualidad escolar durante dos semanas. Porque todos los especialistas coinciden en que los establecimientos educativos son uno de los lugares de menor contagio de todos los que hoy deberían preocuparnos.
Pero Alberto no tiene fuerza para frenar la disparatada pretensión de los gremios docentes que lo que encontraron en la pandemia es la concreción del viejo sueño de no trabajar. Apañados por Cristina, han resuelto desde hace mucho colaborar con el proceso de embrutecimiento de una Argentina que la ex presidente, La Cámpora y el núcleo duro del kirchnerismo sueña desde lo cuantitativo y no desde lo cualitativo: cuanto más bruta sea la gente, más posibilidades de éxito.
¿Renunciará el ministro Trotta?. ¿o cambiará como tantos políticos argentinos lo que venía sosteniendo desde hace días en cuanto a la seguridad de que las clases presenciales seguirían adelante?.
Lo demás fue pura cháchara. Propia de un dirigente en irreversible retirada que ni siquiera se atreve a salvar la dignidad de su cargo y de su persona.
¿Cómo se puede invocar a la responsabilidad de los argentinos cuándo no se puede, no se quiere o no se sabe ejercer la que los ciudadanos le han encomendado como presidente de la nación?.