Durante el tiempo en el que se dedicó a acusar a Cristina y a su gobierno de todos los pecados existentes, la pantalla del Grupo Clarín fue su casa. Pero hoy las responsabilidades son otras y debe tomar nota.
Apenas tres días después de haber asegurado que la opulencia de Buenos Aires lo “llenaba de culpa”, el presidente Alberto Fernández volvió a cuestionar la forma injusta en que se distribuye la riqueza entre la capital del país y las provincias del interior (Ver: El presidente insistió en sus críticas contra la CABA).
Lo que el mandatario plantea es una cuestión de vieja data que ha dividido a la Argentina y no sin razón. Desde los tiempos de la colonia, cuando se instaló la idea de que el país todo debía funcionar en beneficio del monopolio aduanero del puerto de Buenos Aires, vivimos una macricefalia administrativa y económica que terminó generando una realidad distorsionada en la que toda una nación trabaja y produce en beneficio y sostén de un conglomerado improductivo y parasitario.
¿Tiene razón el presidente en lo que afirma?…por supuesto que si.
¿Está bien entonces que lo diga?...ciertamente no.
Alberto Fernández dedicó varios de los últimos años a recorrer medios de comunicación criticando y descalificando a su actual vicepresidente y su gobierno. Pocos opositores, aún los más cerriles, se atrevieron a decir de Cristina las cosas que su ex Jefe de Gabinete lanzó a la opinión pública.
Desde responsabilizarla por intentar la impunidad de los autores del atentado a la AMIA hasta dar por descontada la verosimilitud de todas las denuncias por corrupción que caían sobre ella, el actual presidente no dudó en cargar sobre ella con una dureza que, en muchos casos, se parecía a la saña.
Teniendo a TN como escenario en el que jugaba de local -compitiendo con la misma Elisa Carrió en apariciones y denuncias- encontró en su labor de «columnista» la forma de mantener una vigencia que la actividad política le rataceaba. Aunque en esta haya encontrado la más dulce de las venganzas: convencer a Florencio Randazzo de no acordar con Cristina, ponerse al frente de su campaña y birlar a la ex presidente el triunfo electoral que hubiese consagrado al dócil Daniel Scioli como primer mandatario.
Pero Alberto no es hoy columnista de TN…es presidente de la nación y por lo tanto, mal que le pese, también de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a la que acaba de atacar sin otro sentido que la mezquindad de marcarle la cancha a Horacio Rodríguez Larreta.
Cae nuevamente en el vicio del opinador, ese que lo llevó a afirmar que al coronavirus se lo conbatía tomando «un tecito caliente que mataba al bicho» o a emprenderla contra los gobiernos de países amigos por la forma de administrar la lucha contra la pandemia. Todos errores que pudieron evitarse con el simple trámite de cerrar la boca y entender el peso que adquiere la palabra cuando quien la emite es el vértice del poder político del país.
Casi como un acto fallido que lo lleva a pensar que hay alguna voz que tiene más alcance que la suya y que será más escuchada.
Sea por lo que fuese, Alberto Fernández debe entender que ya no está sentado en un estudio televisivo «friendly» al que lo llevaron para opinar en un sentido determinado y que ahora debe cuidar que sus palabras no hieran a personas que esperan de sus gobernantes ecuanimidad y prudencia.
Y si hay distorsiones históricas que terminar, hacerlo con la prudencia del estadista y con el consenso de los argentinos.
Vamos al corte…