LA DROGA QUE MÁS MATA

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el promedio de consumo de alcohol en Argentina es de 10 litros por persona por año. Esto pone al país por encima de la media del continente (8,7 L) y casi doblando la media mundial (6,3 L).

 El mismo estudio muestra que el 18,5% de las muertes en la Argentina está relacionado con el alcohol, por accidentes de tránsito en los que el consumo excesivo tuvo un papel preponderante o por enfermedades causadas por la bebida. En ese sentido, y dando cuenta de su influencia muchas veces letal, el alcohol estuvo presente en cerca de la mitad de los suicidios registrados en el país.

Un informe confeccionado por la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico refiere que un millón de argentinos pueden ser calificados como alcohólicos, con síntomas de necesidad de ser tratados por esa enfermedad. Además, que mueren en el país aproximadamente 25 mil personas por año por causas relacionadas con el alcoholismo.

En el partido de General Pueyrredon, existen cifras que indican un aumento relativo del consumo excesivo de alcohol. Por ejemplo, durante todo 2013 la Dirección Municipal de Movilidad Urbana realizó 24.726 controles de alcoholemia, con 2.727resultados positivos.

Entre enero y junio de 2014 se realizaron 11.120 controles, y los casos positivos fueron 2.377: casi la misma cantidad en la mitad del tiempo y de controles.

Por otra parte, la Encuesta Nacional sobre Prevalencias de Consumo de Sustancias

Psicoactivas arrojó como resultados que en el partido de General Pueyrredon, 61% de las personas declararon haber consumido alguna bebida alcohólica durante el mes previo a la consulta, cuando la media nacional es del 49,1%. Además, 16.600 personas manifestaron haber protagonizado algún episodio de abuso de alcohol durante el mes previo a la consulta. Entre ellos, se estima que 5.400 son jóvenes de 16 a 24 años.

Estas estadísticas muestran la necesidad de reforzar las acciones del Estado para revertir la tendencia.

El problema del consumo abusivo de bebidas alcohólicas en los adolescentes es tan grave que, según la OMS, una de cada cinco muertes de jóvenes está relacionada con el alcohol.

En nuestro país, en las últimas décadas, el modelo tradicional de ingesta regular de vino vinculado con la alimentación fue dando paso a un consumo episódico excesivo o intermitente. Esta situación se produce por fuera del marco de la alimentación y de la situación familiar, y prevalentemente en espacios vinculados con la nocturnidad. Esta modalidad se denomina usualmente Consumo Episódico Excesivo de Alcohol (CEEA).

El CEEA se define como la ingestión de gran cantidad de alcohol en una sola ocasión o en un período corto de tiempo. La práctica se registra con mayor frecuencia durante los fines de semana, y tiene como motivación principal la búsqueda del estado de embriaguez. Este tipo de consumo produce alteraciones significativas en el comportamiento y en el estado de conciencia, ocasionando daños en la persona que ingiere la sustancia, además de efectos sociosanitarios negativos.

El alcohol es la sustancia que registra inicios de consumo a edades cada vez más tempranas. Según el Observatorio Argentino de Drogas (2009), la ingesta de bebidas alcohólicas en nuestro país comienza a los 13 años. Es destacable que este estudio se realizó sobre una población compuesta mayormente por menores de 18 años, cuando la venta de bebidas alcohólicas a esa franja etaria está prohibida por la ley.

Estos niveles y modalidades de consumo tienen impacto directo en las salas de emergencia, por violencia, accidentes (heridas cortantes, armas de fuego, lesiones en incendio, ahogamientos) e incidentes en la vía pública, entre otros. También, con frecuencia, por episodios de intoxicación alcohólica, acompañados principalmente por consumo de fármacos.

La sociedad de consumo redefine las relaciones humanas. Para divertirse o realizarse como integrante de esta sociedad, el joven de hoy se ve impulsado a consumir. El consumo puede ser el requisito para la pertenencia a un grupo. La vida social es una sucesión de sentimientos de pertenencia. Esto implica que no exista un único lugar de pertenencia, sino una multiplicidad de yoes que crea a un consumidor flexible, con gustos y adquisiciones imprevisibles. La actualización permanente de los emblemas o razones de pertenencia no se puede pasar por alto.

El individuo irreflexivo nace en la cultura consumista; un individuo que no puede elegir y que cree hacerlo. Decide bajo pena de exclusión, desconectado de lo que realmente le entusiasma o le resulta indiferente, lo que verdaderamente desea o rechaza. La cultura consumista marca la velocidad, el exceso y el desperdicio. Niega lo perdurable, el esfuerzo como valor de un resultado. Eleva lo novedoso y lo transitorio.

El placer y la satisfacción como meta última de la vida, el consumismo, el sentirse bien a cualquier precio, el vivir el momento, son valores distorsionados que se promueven desde la sociedad del consumo. Para formar parte, el joven debe tener al alcance de su mano el producto con el cual se identifica el grupo (cómo te ves / cómo te ven).

El uso de alcohol hoy, fundamentalmente entre los jóvenes, está relacionado con los procesos de socialización, de crecimiento durante la adolescencia y de la incorporación a la vida de los adultos. También está identificado subjetivamente con la vida social, y forma parte de ella.

Los datos ratifican las nuevas modalidades de consumo y el lugar preponderante del alcohol. A nivel global, el uso nocivo del alcohol se encuentra dentro de los principales factores que contribuyen a la mortalidad prematura prevenible. Además, se encuentra asociado directamente a fenómenos sociales como la violencia familiar y de género, el desempleo, el ausentismo laboral y los accidentes de tránsito. Cada vez se tiene mayor conciencia, también, de la influencia que su abuso tiene en la propagación de enfermedades infecciosas, particularmente las de transmisión sexual.

El alcohol perjudica al hígado, al aparato circulatorio, al cerebro y a otros órganos y sistemas. Interfiere en el desarrollo y reduce la tasa de crecimiento entre los preadolescentes, ya que la toxicidad directa limita el desarrollo de las neuronas.

Como todas las drogas, el alcohol consumido en exceso provoca una pérdida de contacto con la realidad. El tejido nervioso contiene un porcentaje alto de lípidos. Esto explica la afinidad marcada del alcohol con el cerebro, que también se fija en el cerebelo, el tronco, la raíz y los nervios. A largo plazo, las neuronas expuestas de manera crónica a este tóxico mueren precozmente, con su cortejo de secuelas intelectuales, conductuales, motoras y sensitivas.

Los jóvenes, a diferencia de los adultos, no tienen desarrollado completamente su sistema nervioso. Por eso, son vulnerables y más sensibles a estos efectos.

Los adolescentes tampoco tienen aún definida la estructura de su personalidad. Por eso, son mucho más proclives a la influencia del ambiente. Se trata de una población vulnerable. Por eso es que mucha de la publicidad está dirigida a este sector etario.

En este sentido, se producen asociaciones que van generando representaciones sociales sobre lo que implica ser joven y ser adolescente. El bombardeo, mayoritariamente mediático, tiene a los adolescentes como foco principal y se conforma por simplificaciones que se dan, sobre todo, en el campo de la publicidad. Desde esa perspectiva se muestra que el consumo de una sustancia causa efectos inmediatos, y que la socialización debe estar mediada por el consumo.

La asociación directa de la diversión, del encuentro, de las relaciones en general, en torno a un determinado bien, se va naturalizando, más allá de las características propias de ese bien.

El consumo de alcohol en jóvenes y sus consecuencias sociosanitarias remiten a un uso problemático y, por ende, a un problema de salud. El Frenar, Frente Interinstitucional de

Abordaje de Políticas Públicas sobre Represión de la Narcocriminalidad y Prevención y Tratamiento de las Adicciones, toma posición pública ante el consumo excesivo de alcohol, su promoción y estímulo. Subraya, en consecuencia, la necesidad de generar procedimientos de autocontrol y pautas modificatorias de conductas inerciales nocivas.

Todo esto con la convicción de que la solución a la problemática depende, en gran parte, de asumir un rol activo de manera indelegable.