En el silencio atroz de la Bombonera parecieron flotar viejos fantasmas. Un Boca que cometió errores que cuestan ser tomados como tales, sucumbió 3-0 frente aun Tiburón que supo que hacer.
En tiempos no muy lejanos los jugadores de Boca se acostumbraron a decidir adentro de la cancha si un técnico seguía o no en su puesto. Los conocedores del juego del fútbol se daban cuenta sin mucho esfuerzo de esas jugadas en las que la pelota que llega a quien está en condiciones de definir «queda» un metro atrás o «pasa» un metro adelante.
Y el fantasma de aquellas camarillas pareció aposentarse otra vez sobre una patética Bombonera sumergida en un silencio que sin embargo mucho ruido hacía al finalizar el partido. Porque todos los que allí estaban sabían que lo que había ocurrido en los últimos 90′ lejos estaba de encuadrarse en la normalidad.
Todo en Boca pareció frenesí y entrega…hasta llegar al área contraria. La displicencia, las ingenuidades, los errores infantiles a la hora de definir se fueron convirtiendo en una constante que fue dejando la sensación de que «alguien» no quería ganar ese partido.
Como complemento necesario, la defensa del local se quedó sugestivamente parada en el primer gol y acompañó obscenamente a Roger Martínez en el segundo tanto del Tiburón. El peligroso atacante corrió 50 mts. acompañado gentilmente por tres defensores boquenses que le fueron abriendo el camino hasta que tuvo la posición necesaria para disparar. Si se habrá sorprendido Orión del error de sus compañeros…que se tiró ese medio segundo tarde que es imprescindible para que toda pelota que vaya al arco pueda cruzar la línea de sentencia.
¿Aldosivi?. Bien, serio, sólido, sabiendo lo que quería y aprovechando a la perfección las oportunidades que tuvo y las que le obsequió el rival.
Lequi de cabeza y Roger Martínez con un largo tiro luego de larga carrera le dieron un triunfo que es histórico y que seguramente será recordado por largo tiempo.
Triunfo que coronó Angel Vildozo con un gol en el que Monzón se empecinó en recordar a todos porque ya había sido despedido por Boca en ocasión de prestarse a una grosería de este tipo para sellar la suerte del técnico de entonces. Tal vez en esta ocasión no haya un compañero que lo trompee a la salida de la cancha para dejar en evidencia que algunos del plantel sabía lo que otros estaban haciendo.
Ahora el marplatense se acomoda definitivamente en la tabla pero además pisa fuerte y deberá ser respetado en cualquier cancha que visite.
Lo de Boca es muy preocupante. Más allá del golpe anímico de la salida de la Copa Libertadores, de la ansiedad de sus jugadores que no saben si se quedan o se van a fines de junio, los fantasmas de su peor cara volvieron a aparecer y mostrar a ese club inmenso en su historia, gigante en su estructura pero desde hace mucho en manos de jugadores a los que nada de eso les importa y son capaces de «equivocarse» como hoy para poner o sacar a un técnico.
Tal vez el haberlos reconvenido por la actitud de saludar a la barra en el partido del triste recuerdo, le haya costado a Arruabarrena acercarse a un final tan bochornoso como el de Falcioni o el propio Carlos Bianchi.