Por Adrián Freijo – Todos los días escuchamos a los gobernantes hablar de cosas importantes que en su boca se convierten en frivolidades que a nadie interesan.
¿Quién puede negar que para un país es trascendente inaugurar una represa, construir una ruta, habilitar un hospital o entregar tecnología aplicada a la educación?. ¿A quién puede no importar un sistema universal de asistencia a los niños y jóvenes que estudian o a los desposeídos que necesitan tener cubierta la atención de su salud? A nadie…
¿Por qué entonces esos anuncios pasan desapercibidos para muchos y despiertan el enojo de otros tantos?
¿Somos una sociedad perversa?, ¿irresponsable?, ¿frívola?
¿O somos una sociedad que sabe que el 90% de esas cosas sólo quedarán en anuncios y que el presupuesto asignado para lograrlas terminará en los bolsillos de algún funcionario o de un puntero político?
Tantos años de corrupción impune, de mentiras que hoy son acompañadas por la impudicia y la ostentación y de una manera de hacer política que ya ha dejado de ser decadente para convertirse en aberrante, terminaron por alejar a la gente del sueño del país grande para convencerla que nada será posible si antes no nos detenemos en la estación del país serio.
Pero hay otra cuestión que hoy tiene a la sociedad desentendida de los grandes temas que podrían significar un cambio de paradigma del futuro argentino: la falta de resolución en los más pequeños, sencillos y cotidianos que nos permitirían levantar la mirada y buscar horizontes más determinantes.
Cuando el transporte público es penoso, las calles están tomadas por la marginalidad, la seguridad pública nos retrotrae a las épocas de las pandillas y malevos de las grandes depresiones económicas, el lenguaje sólo sirve para poner en palabras el fondo grosero de una sociedad inculta, las bajezas sociales se han convertido en el valor a mostrar y las virtudes ciudadanas se equiparan con la estupidez, es desmesurado pensar en que la materia gris que existe en la Argentina –y que todavía es mucha- pueda detenerse a proyectar una nación mejor, progresista y respetuosa del derecho.
¿Ha visto usted el estado en que se encuentran las paredes de la ciudad, pintarrajeadas, enchastradas y arruinadas por miles de ininteligibles grafittis escritos por marginales morales que no entienden (¿podrán hacerlo alguna vez…hummm?) el valor de la cosa ajena o tan siquiera de la higiene?
El casco céntrico de la ciudad ya es irrecuperable. Aunque lo realmente triste es que nadie jamás se ocupó de que las cosas no llegasen a este punto.
La comodidad de las administraciones municipales –que frente a la misma agresión en sus edificios se limitan a esperar la orden superior del “bórrenlo y pinten” (con nuestro dinero, por supuesto) les ha hecho perder de vista que para el ciudadano común esta forma de ataque no es tan sencilla de resolver, ya que la mayoría no cuenta con el presupuesto necesario para repintar su vivienda o negocio cinco, seis o diez veces por año.
Sabiendo además que nadie va a ocuparse de que no le vuelva a pasar.
¿Es un ejemplo tonto el que acá ponemos? Puede ser; sin embargo es tan diversa la posibilidad de resolver las cosas que tienen los funcionarios con dinero ajeno a la que tenemos nosotros para hacerlo con presupuesto propio que se nos ocurre que la tontería está en dejar pasar por alto tales abusos.
No es lo mismo estacionar con un permiso funcional que pagar por una hora frente a un cordón al que además sostenemos con nuestras tasas; no es lo mismo suplicarle a un orate que nos atiende en el 911 como si fuésemos sospechosos del peor de los crímenes que andar tranquilamente por las calles con chofer y custodia; no es lo mismo que la recesión haga que no podamos ganar el dinero mínimo para cubrir gastos elementales de subsistencia a que tengamos asegurado sueldos de muchos miles de pesos manejando a nuestro antojo una administración pública que además es millonariamente deficitaria.
No es lo mismo tener que rendir examen diario ante nuestra familia, nuestros amigos y la sociedad toda… que hacerle poner unos pesos al estado para cambiar publicidad en los medios por artículos periodísticos elogiosos de nuestra persona y gestión.
No es lo mismo levantarse cada mañana sin saber que será de nuestras vidas que hacerlo pensando en qué nuevo cargo voy a reciclarme.
Y porque estas diferencias no van a desaparecer hasta que en serio nos enojemos, exijamos y cambiemos el sistema de selección y control de nuestros gobernantes.
Por que no es lo mismo tener fueros… que ser un forro.
(Nota de Adrián Freijo publicada el 4 de mayo de 2014)