La selección se consagró con un invicto de 6 partidos en el torneo continental más importante del básquet FIBA y, con un triunfo infartante ante Brasil, el equipo de Prigioni comenzó a mostrar de qué está hecho.

Por Florencia Cordero
(Enviada Especial a Recife)
La preparación realizada durante más de un mes (que incluyó dos partidos oficiales de las Ventanas) dio sus frutos con creces no solo por la obtención del título en Recife sino también por el tiempo invertido en una idea de trabajo compartida por todos los integrantes del plantel. Dar el 100% en cada entrenamiento no es solo una frase hecha para este grupo.
El inicio del ciclo de Pablo Prigioni como entrenador no se dio en las condiciones ideales, pero todos entendieron que había que enfocarse en la AmeriCup de lleno para defender el objetivo inicial de esta etapa que era nada menos que salir campeón.
Ya durante el torneo, la ejecución dentro de la cancha tuvo sus altibajos con el correr de los partidos, pero el sello distintivo que quedó en evidencia a lo largo del certamen es que este equipo argentino no está genéticamente preparado para rendirse ante pequeñas o grandes adversidades. Caer en errores evitables, algún que otro bache defensivo, no mantener la intensidad durante los 40 minutos, imprimir un vértigo innecesario, sufrir algún fallo arbitral adverso o una alarmante sequía ofensiva justo en el último cuarto de la gran final…
Nada sacó al equipo de su eje y de manera natural siguió batallando para cumplir con el trabajo en cada desafío que tuvo que afrontar. Esa madurez que se logró por la homogeneidad del plantel fue el gran valor que le permitió creer en su potencial de principio a fin. Gracias a esa mentalidad y a la unión de todos los integrantes, el equipo fue invencible a pesar de atravesar momentos sin tantas certezas que pudo superar a fuerza de paciencia y convicción.
Más allá del protagonismo de jugadores que se destacaron como Gabriel Deck, Facundo Campazzo y Nicolás Laprovíttola, el rol que cumplió cada uno (en una rotación pensada y claramente preestablecida por el coach) hizo que se potenciara el conjunto con el compromiso de cada aporte individual. Gran indicio de la intención de Prigioni como conductor que tuvo que demostrar en tiempo récord qué clase de head coach puede llegar a ser. Una idea de concepción de juego artesanal íntimamente ligada a su perfil como aquel jugador cerebral que fue.
Si bien ya venía trabajando con el grupo dentro del cuerpo técnico, la urgencia lo puso a prueba y superó los obstáculos con decisiones correctas, bien pensadas y elaboradas con un respaldo conceptual que las sostienen dentro de la vorágine de un torneo que no dio respiro. Todo un mérito. Aunque está claro que ayudó la calidad de jugadores del plantel para llevar a cabo la tarea.
Lo que sigue es una incógnita. Porque si bien Prigioni confirmó que estará en las Ventanas de noviembre y febrero, su lugar está en Minnesota y desde la NBA deberá trabajar part time con un seleccionado argentino que no contará con sus máximas figuras por cuestiones de calendario de cara a la clasificación para el Mundial.
Apenas terminado el torneo, el entrenador reconoció en una entrevista con Solo Básquet que es necesario tomarse un tiempo para procesar todo lo que vivió y adelantó que su proyección en el cargo llega por ahora hasta la pelea por la clasificación al Mundial y lo que sería la preparación de ese certamen en 2023. Un año calendario por delante para evaluar si realmente está preparado profesionalmente para afrontar los dos compromisos a la vez (NBA y selección) sin descuidar su vida personal y familiar.
El título obtenido en la AmeriCup 2022 quedará en la historia por varias razones. Lo ideal sería que sea recordado como el inicio de un largo camino de Pablo Prigioni al frente de la selección para darle continuidad a la idea de ejecución de procesos de trabajo, evolución y desarrollo que tanto prestigio le dieron al básquet argentino a nivel internacional.