Redacción – Con una actuación histórica de su arquero, el marplatense Emiliano Martínez, el seleccionado se sobrepuso a sus propios errores y los de su técnico Lionel Scaloni y está en la final.
La imagen más cercana a la realidad es la que devolvió la cámara que tomaba el festejo de los futbolistas argentinos tras la dramática clasificación para la final de la Copa América. Un puñado de jugadores que a los largo de todo el certamen reiteraron aquello de arranco a mil, me encierro en la mezquindad y veo lo que pasa, volvían a cantar contra «los putos periodistas» sin tener en cuenta que solo la obsecuencia imposible de entender de una prensa que sigue confundiendo análisis con entusiasmo los ha mantenido a lo largo de una década en un firmamento de expectativas que su rendimiento nunca pudo sostener en los hechos.
Argentina acababa de clasificarse milagrosamente ante un equipo mediocre y desorganizado que, a fuerza de un coraje que nunca ha caracterizado a los jugadores colombianos, la llevó por delante durante un tiempo y medi0 con la única respuesta de la tibieza, la falta de coordinación y la única apuesta a alguna genialidad de Lionel Messi que siempre está asomando detrás de la mediocridad del conjunto.
Y un técnico improvisado, sin capacidad alguna para leer el partido, y que terminó por explicitar su tarjeta de presentación cuando ordenó, a falta de pocos segundos para la culminación del partido, el ingreso de Sergio Agüero -buen pateador de penales- en lugar de De Paul. Tardó tanto en pedir el cambio que el árbitro dio por terminado el encuentro antes de que la sustitución se concretara.
Aún más insólito fue el resultado: De Paul, que iba a salir para dejar su lugar a un buen ejecutor de la pena máxima, se quedó en la cancha…y pateó su penal. Por supuesto, a las nubes…
Antes la reiteración de algo que ha sido una constante a lo largo de toda la Copa América; buen comienzo, ritmo arrollador, gol, ventaja…y un pánico escénico imposible de entender.
Frente a técnicos rivales que plantean cambios ante la desventaja, Scaloni no atina a tomar ninguna decisión que sirva para consolidar su ventaja. Opta por saltar histéricamente a lo largo de la línea lateral, reclamar ampulosamente a los árbitros, transmitir histeria a propios y extraños y revolear cambios imposibles de entender, que invariablemente nos dejan la imagen de un equipo que arranca para campeón mundial, sigue para selección importante y termina con la cara de un trillado equipo de provincia.
La defensa ha ce agua. el mediocampo es un albur que depende de las inseguras decisiones de un técnico que no sabe si crear o contener y el ataque sigue dependiendo de la genialidad de Lio Messi para crear, asistir y definir. Nada que indique una idea de juego o algo que vaya más allá del inagotable fuego sagrado del mejor jugador del mundo que parece dispuesto, como nunca, a cambiar la historia de frustraciones construida por técnicos que nunca supieron o pudieron ir más allá de los intentos y los sueños.
Argentina puede ser campeón de América. Deberá derrotar a un Brasil que tampoco ha demostrado estar a la altura de las grandes selecciones que le dieron una supremacía que puede doler pero que solo se convertirá en desafío cuando los argentinos tengamos en claro a que queremos jugar.
El hambre y las ganas de comer se encontrarán en una final que, no en vano, será seguramente la más devaluada de una historia rica y llena de grandes nombres y mejores equipos. Casi como si la pandemia se hubiese apiadado de dos equipos que han cambiado glorias pasada por mediocridades y a los que hay que dar, al menos, la chance de que nadie las vea.
Pero que no se engañen los jugadores: si no fuese por esos «putos periodistas» a los que dedicaron su opaco triunfo, y que son los que con sus ditirambos y ficciones los mantienen vigentes, es probable que el pueblo futboleros les estuviese reclamando por estas horas por esa mediocridad recalcitrante que desde hace más de diez años los muestra esperando que la genialidad de uno solo los rescate de la limitación que ellos mismos y tantos técnicos le han impuesto a los colores celeste y blanco.
Hubo un Diego que nos llenó de goles y talento…hubo un Goico que ofreció sus manos cuando aquella zurda mágica declinaba… y hoy apareció un «Dibu» Martínez para sostener lo que los milagros de Lio no podían conseguir.
Pero ahora hace falta que aparezca el equipo, el técnico y la estrategia.
Después, se verá…