Por Adrián Freijo – A horas de romper las negociaciones es bueno acordar que cese la dinámica de conflicto. Pero queda claro que ambas partes optaron por postergar en el tiempo las soluciones.
Algunos dirán que el FMI se salió con la suya al acotar el tiempo del equilibrio fiscal al año 2025 y lograr casi un punto más de caída del déficit fiscal del presente ejercicio, mientras desde el gobierno batirán palmas con la postergación de los pagos concretos -sobre todo los grandes desembolsos, ya que Sergio Massa informó que este viernes el Gobierno pagará un vencimiento de USD 731 millones, cuya cancelación se había atado al avance del diálogo con el FMI- que ahora deberán esperar el cierre de aquella primera etapa de metas en el gasto público.
Tal vez la frase más ajustada a la realidad sea la del presidente cuando sostiene que “había un problema gravísimo y ahora tenemos una solución razonable”. Porque más allá de cualquier consideración vinculada a la inagotable interna oficial, y los equilibrios que el mandatario debe hacer para no caer en la histeria combativa de su vicepresidenta, no existía un escenario peor que el de la ruptura, el default y la Argentina una vez más fuera del mundo financiero internacional.
Y eso, al menos por ahora, logró evitarse…
Por eso nadie celebrará demasiado, aunque tampoco -salvo los lenguaraces de uno u otro lado- saldrá a batir parches por la épica o por el desastre. Se logró frenar la inercia del conflicto y el aislamiento. Después, mes a mes, año a año, se irá viendo.
Lo que sigue es un monitoreo que ya conocemos y que seguramente, como todos los anteriores, irá estallando por los aires a la espera de una nueva crisis con el organismo. Aunque esta vez haya un componente distinto: en el Fondo saben que aquel préstamo feérico otorgado a la administración de Mauricio Macri fue una locura y hoy no es indiferente a sus popes lograr que la sangre no llegue al río y, de alguna manera hoy difícil de predecir en la desquiciada economía argentina, las cosas vayan avanzando en acuerdos parciales, pequeñas cesiones y grandes acuerdos para evitar un deterioro social que solo complicaría las cosas.
En algún punto, aquello de «no los une el amor sino el espanto» está hoy más presente que nunca.
No es extraño entonces que los sectores más moderados de la oposición, sin meterse en la letra chica que por lo demás aún no se conoce, salgan a apoyar que haya un acuerdo: ellos saben que han sido parte del problema y que ahora les toca serlo de la solución. ¿De qué sirve tirar piedras desde la vereda de enfrente si saben que la mayoría de ellas son esquirlas de una administración económica desastrosa que trató de huir hacia adelante asumiendo una deuda que se sabía impagable?.
Todos ganaron tiempo; todos pueden ahora recalcular, negociar y ajustar sin generar demasiados cimbronazos. Habrá que ver como reaccionan los mercados -no a los espasmos optimistas de hoy sino al acomodamiento que deberán tener a los nuevos tiempos, plazos y condiciones, ya que en Argentina cuando se habla de ajuste todos suelen mirar para el otro lado- y sobre todo saber si el gobierno tiene alguna idea de como iniciar la búsqueda del equilibrio fiscal para 2025, algo que en los despachos oficiales se consideraba imposible de lograr sin un freno brutal del gasto público.
Algo que de cumplirse la promesa del ministro Guzmán de no crear nuevos impuestos, no tocar las jubilaciones y no aceptar saltos cambiarios…parece imposible de lograr.
Pero a último momento alguien corrió el paredón contra el que íbamos a estrellarnos y eso solo es una buena noticia.
Aunque aún falte saber si del otro lado quedó una extensión de la ruta a recorrer o Cristina y sus prejuicios a la espera de retomar la construcción de aquello que separa a las partes.
Será cuestión de esperar…