«Vivir peligrosamente»: el axioma del fascismo y la propuesta de Osho. Dos formas diferentes de entender el concepto y un intendente que parece haber elegido por una de ellas.
«¡Esto es lo único que tiene que hacer un Maestro! Dejarte completamente libre. Totalmente libre, con todas las posibilidades abiertas, sin nada fijo…» dice Osho, tan lejano en su pensamiento a la costumbre autoritaria de saber siempre lo que el otro tiene que hacer e imponérselo.
«Vivir peligrosamente implica estar muy atento ante cualquier alternativa: no escojas lo más conveniente, lo más cómodo, lo respetable, lo socialmente aceptado, lo decoroso» continúa, para alejarse del riesgo de construir una sociedad esquemática, plana y sumisa que haga siempre lo que el líder considera bueno.
Durante la era fascista todo lo que rodeaba al mundo del Duce era un armado tan vacuo como carente de otro destino que no fuese la gloria del líder. Por eso una supuesta doctrina, que como tal nunca existió, nace abrazada al socialismo y termina aplastada por el régimen que se convierte en el todo.
Imagínense por instante el colapso total, porque la única explicación que se podía dar era una explicación de poder; convenía al poder. Pero nadie era fascista por eso, era fascista como decía Mussolini copiando a Nietzsche «per vivere pelicorosamente».
Para eso era fascista; para vivir una épica permanente en la que siempre era necesario un enemigo y una gesta para seguir adelante. Algo similar a lo que ocurre -con otras formas y otros tiempos- con los populismos latinoamericanos que se instalaron en las últimas décadas.
Maduro y el Imperio, Rafael Correa y la prensa, Cristina y el universo. Todos -como fieles discípulos del Duce- necesitan «vivir peligrosamente» para justificar su poder.
Esa megalomanía enfermiza que no les permite tener paz, entender lo que ocurre y sentirse uno más en el proceso social y no el iluminado salvador.
Zeus termina de construir el mundo y están todos los dioses presentes. Y sobreviene el más admirable silencio por el estupor de la belleza de la construcción del mundo. Entonces Zeus le pregunta a los dioses si ellos creen que faltaría algo para que la creación fuera perfecta. Y los dioses dicen sí, falta algo; falta la palabra de elogio a la creación que se acaba de cumplir.
Porque eso y no otra cosa buscan estos semidioses que creen que el ejercicio del poder es su cita con la historia y la inmortalidad: el reconocimiento que, como las musas del dios del Olimpo, cante glorias a su vida heroica.
En vez de tapar baches, limpiar las calles, recoger la basura, arreglar las escuelas y agilizar los trámites de los ciudadanos.
Algo así como vivir razonablemente…