La cárcel donde purga su pena el opositor Alexei Navalny es un ejemplo de como se violan los derechos humanos en Rusia. Sin embargo el gobierno argentino alaba y los organismos de DDHH callan.
La cárcel donde purga su pena el opositor ruso Alexei Navalny, en Pokrov, un pueblo ruso salpicado de edificios soviéticos y precarias casas de madera y situado a 100 kilómetros de Moscú, es un centro penitenciario que tiene la reputación de lograr “doblegar” a los presos más tenaces.
Rodeado por una valla de chapa metálica rematada con alambre de púas, el complejo Nº2 se encuentra cerca de una fábrica del gigante alimentario estadounidense Mondelez.
“Se dice que es una de las prisiones más duras de Rusia”, afirma Denis, un empresario que se niega a dar su apellido, “tal vez por eso lo trasladaron aquí”.
El opositor, de 44 años, que el año pasado sobrevivió a un envenenamiento que achaca al Kremlin y pasó varios meses convaleciente en Alemania, deberá cumplir una condena de dos años y medio. Fue detenido a su regreso a Rusia y su condena provocó la indignación de la sociedad civil rusa y de las capitales occidentales.
Largas jornadas de trabajo
A las afueras de la capital, Pokrov y sus 17.000 habitantes son un punto de paso en el camino hacia Vladimir, una ciudad medieval cuyas iglesias, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, están entre las más visitadas de Rusia.
Anteriormente, la ciudad también marcaba el límite del kilómetro 101 alrededor de la capital, más allá del cual las autoridades soviéticas enviaban al exilio a muchos intelectuales y disidentes.
En teoría, la prisión ofrece a los presos la oportunidad de trabajar a cambio de un escaso salario, que apenas cubre los gastos de alojamiento que se les imponen.
Pero el sistema es regularmente objeto de críticas por parte de los grupos de derechos humanos, que denuncian las duras condiciones y las interminables jornadas de trabajo.
Maxime Troudolioubov, director del sitio web de noticias Meduza, afirmó que el sistema de liquidación de las cárceles es un instrumento utilizado por el Kremlin para doblegar a los opositores y marginar a los críticos.
“Este es su objetivo: o bien se quiebra psicológicamente a una persona o bien se va de Rusia inmediatamente después de cumplir su condena. En cualquiera de los dos casos, el adversario abandona el campo de juego”, explicó a la AFP.
Acoso y humillación
La gravedad del sistema es conocida.
En 2013, Nadezhda Tolokonnikova, miembro del grupo de protesta Pussy Riot que fue condenada a dos años de prisión por cantar una “oración punk” contra Putin en la catedral de Cristo Salvador de Moscú, se puso en huelga de hambre en protesta por la “esclavitud” en su campo de trabajo en Mordovia, al sureste de Moscú.
El director del Servicio Penitenciario de Rusia (FSIN), Aleksandr Kalashnikov, aseguró a la agencia de noticias TASS que “no habrá ninguna amenaza” para la salud de Alexei Navalny, que podrá emplearse como cocinero, bibliotecario o modista.
Pero desde que se anunció su lugar de detención, los antiguos reclusos del centro penitenciario Nº2 informan sobre la vida cotidiana allí.
Según contó Demushkin, los guardias a menudo obligan a a los presos a participar en ejercicios repetitivos destinados a derribarlos, a repetir sus nombres y crímenes una y otra vez o a permanecer de pie durante horas con la cabeza gacha.
En las colonias penales, además, la disciplina suele ser mantenida por los propios presos, ya sea por presos que colaboran con los guardias o por líderes de bandas criminales. Las colonias dirigidas por prisioneros que trabajan con las autoridades se conocen como “Zonas Rojas” en la jerga criminal rusa.
“Allí se hace todo lo posible para aislar a los presos políticos”, dijo a Open Media, un sitio de noticias de la oposición, Maria Eismont, abogada de un activista que fue sentenciado allí en 2019, alegando que a los demás internos se les prohibió hablar con su cliente.