¿Barbas en remojo, táctica de escape o foto de prontuario?

Aníbal Fernández, Boudou y Kunkel; una bandada de pájaros de avería que supieron creer que tenían a Dios agarrado por la barba. ¿Estarán ahora esperando su suprema misericordia?.

Adrián Freijo

Adrián Freijo

Soberbios, burlones y despectivos, convencidos que el adversario era un ser inferior pasible de ser insultado, atropellado y arrasado. Pasaron por el poder con la impudicia de quien está convencido que nunca lo perderá y que el tenerlo lo habilita a cualquier desmán moral contra el semejante.

Aníbal Fernández, Amado Boudou y Carlos Kunkel son tres símbolos del tiempo que se fue.

El primero, ejemplar icónico de la vieja política prostibularia, encarna lo peor de un peronismo al que todo colectivo lo deja cerca. La corrupción como bandera, el «aparato» como escudo y «el pueblo» como pretexto.

Boudou es el símbolo del arribismo sin ideología y sin principios. Cayó parado en este gobierno como pudo hacerlo en cualquier otro. Lo único importante era encontrar el camino más corto hacia la exposición farandulesca y el enriquecimiento rápido. A cualquier precio….siempre y cuando se pagase con plata ajena.

Carlos Kunkel fue la cara de aquella Argentina violenta que resolvió, por un capricho del poder de turno, que autores de crímenes aberrantes fuesen juzgados y los de otros de igual magnitud endiosados. La soberbia armada esta vez se vistió de intérprete de una historia que se escribió a los cachetazos y se financió con dineros públicos. El viejo criminal de ayer se convirtió, de la noche a la mañana, en el catón moral de una patria a la que ya no podía arrasar a los bombazos pero podía destruir con las mentiras.

Hoy los tres se ocultan bajo máscaras pilosas que no los ayudarán  disfrutar carnaval alguno pero que, como ironía del destino, los habilita para encarnar al Edmundo Dantés del tiempo doloroso de la prisión en el castillo de If en el que esperó su encuentro con la vida El Conde de Montecristo.

Claro que cuando les toque será sin la carga de injusticia y dolor que debió padecer el sufrido héroe de la novela de Alejandro Dumas.

Y no habrá barba que los esconda, fortuna que los espere ni cuchara que los salve.