Carlos Arroyo: el hombre que se convirtió en una cáscara

Por Adrián FreijoDurante años su palabra se elevaba como la de un guardia pretoriano de la decencia. Cuatro años de gestión bastaron para reconocer en ella solo una cáscara vacía.

Carlos Fernando Arroyo vuelve a las primeras planas y una vez más lo hace de la mano de dos características que signaron su paso por el despacho principal del municipio: el disvalor como norte y la pérdida de contacto con la realidad como meta.

Pretendiendo cobrar una cifra millonaria en compensación por «vacaciones no gozadas», el singular personaje de plumbeo piloto, gesto adusto y seudónimo rimbombante, no hace otra cosa que poner en evidencia su desprecio por una comunidad que atraviesa uno de sus momentos más difíciles y a una institución que , lejos de honrar, utilizó en beneficio propio.

Lejos quedaron aquellos años en los que su voz pretendía ser megáfono del honor y la rectitud. Ya en funciones no hubo vicio que quedase fuera de su alcance: el nepotismo frenético, la soberbia como estilo de comunicación, el intento constante de avasallar a las instituciones representativas del vecino, el autoritarismo para disponer con mirada imperial acerca del destino de los fondos públicos, el conflicto constante que solo ponía en superficie su desprecio por los trabajadores y los pobres y, como frutilla del postre, su odio visceral por los docentes, casi como si en él pudiese volcar todas las frustraciones de su propia vida.

Si hasta la corrupción, algo inimaginable en el viejo maestro de la verba encendida, sobrevoló actos de su gestión que hoy están sometidos a la mirada escrutadora de la justicia.

Expulsado del palacio por una sociedad harta -que lo castigó electoralmente como jamás había hecho con alguno de sus antecesores- viene ahora por las últimas migajas de un erario público que supo expoliar con su salario obsceno y las decenas de ellos repartidos entre sus familiares y allegados. Una pretensión que sirve entonces para que el velo termine de correrse…

El hombre del plan secreto, el Zorro Uno de sus delirios de guerrero teutón, el que se presentaba blandiendo en su cintura una pistola que suponía lo hacía más hombre y más temible…era una cáscara vacía que había bocetado su personalidad mirando cortos de aventura y leyendo comics en una lejana infancia de ensoñaciones y complejos.

Todo en él era fatuo, fingido y mentiroso. Pero lo más grave es que seguramente no tenía ni tiene idea de ello. Como cualquier megalómano capaz de creerse superior al conjunto, Carlos Fernando Arroyo no resiste el embate de un archivo o el cotejo de una idea; y ya empieza a perder hasta el derecho a ser tomado con humor o sarcasmo. No es gracioso querer apropiarse de un dinero que es necesario para atravesar un momento social y sanitariamente tan grave como el que afrontan Mar del Plata y Batán.

Algo que deberíamos hacer extensible a su parentela y ex colaboradores que se han presentado con la misma pretensión. Aquellos que solían hacer del rumor de sus prontas renuncias como si ello fuese una nueva vía de prescripción de la vergüenza de saberse simples ganapanes a bordo del crucero de los privilegios y los voluminosos salarios.  El concepto de casta superior (¿¿??) en plenitud…

Si fuese otro momento y estuviésemos en otras circunstancias nos animaríamos a aconsejar al intendente que le pague su millonaria pretensión. Claro que como condición irrenunciable a que fuese lo último que los marplatenses supiésemos de este señor y su séquito.

Sería un buen negocio…