«Te quiero conocer saber adonde vas.» decía el tango de Aieta y García Gimenez sin imaginar que por estos años otra Colombina devenida en Secretario de Hacienda cantaría «Siga el corso».
¿Quién es realmente Hernán Mourelle?, ¿qué busca este personaje gelatinoso que se mueve como si fuese el verdadero dueño del poder, mientras compromete a toda la administración en sus peleas y agravios contra casi todos los sectores de la comunidad?, ¿qué busca?…¿adonde va?.
Su influencia sobre el intendente Arroyo supera largamente lo aconsejable para un país que ha visto a lo largo de los años el daño causado por los «monjes negros» a quienes les dieron cabida y poder. Mourelle arrastra al jefe comunal hacia los conflictos que elige, abusando de la personalidad belicosa de Zorro Uno y ocupando a la perfección las grietas que la falta de visión política del intendente va dejando abiertas.
«Bajo los chuscos carteles, pasan los fieles del dios jocundo» temerosos todos ellos de plantear las diferencias que los separan de la estrategia piromaníaca del Secretario pero siempre dispuestos a deslizar en el oído de la prensa y de las víctimas de su enjundia el salvador «yo no tengo nada que ver».
Es claro que los «fieles» son los infieles miembros del gabinete y la jocunda divinidad es el caracúlico ocupante del sillón principal de la comuna. Y el carnaval se conforma apretando el pomo de la infidencia, revoleando la espuma del «off the record» y mostrando la «alegre mascarita» que esconde tanta mueca torva y tanta preocupación por no pagar mañana los platos rotos por quien eligió disfrazarse de elefante en un bazar.
Hernán Mourelle no es un enviado de María Eugenia Vidal, ni una quinta columna dentro del gobierno local. Es un señor con una visión muy limitada de la realidad que, seguramente precedido por la gris mediocridad de su vida de empleado público, se siente cómodo utilizando el poder absoluto que le concedió Carlos Fernando Arroyo y se siente un cruzado contra todo lo que representa el entramado social y productivo local.
No conoce la ciudad, ni a sus actores ni sus necesidades. Vuelca en resoluciones tan peligrosas como fantásticas su visión paranoica de nuestro andamiaje social y disfruta en lanzar flechas mortales contra todo lo que él considera pernicioso: docentes, teatristas, empleados municipales, productores rurales, industriales pesqueros, concesionarios de balnearios, referentes sociales, sociedades de fomento y empresariado en general.
Dueño de una base teórica que en cada aparición pública pone en evidencia su fragilidad, se niega a aceptar que el derecho administrativo no es un argumento de los atropellos del poder y vive abriendo frentes jurídicos de los que los marplatenses y batanenses escucharemos hablar durante muchos años. Amén de tener que afrontar con nuestros dineros públicos sus consecuencias…
Algo que seguramente no caerá sobre sus espaldas ya que, terminada esta desmesura en las cercanías de fin de año, solo nos quedará mirar con nostalgia la ruta, enfilar nuestros ojos a su natal Lanús hacia donde partirá dejando atrás el tendal de sus estropicios y escucharlo canturrear aquel «¿quien soy?, ¿adonde voy?», «adios… adios… adios…».
Hasta perderse en el olvido…