Por Adrián Freijo – Cristina coquetea con el abismo y va en busca de viejas venganzas. Alberto no alcanza a comprender y Massa busca un pasillo por donde entrar o escapar.
En la cúspide del poder argentino cada cual atiende su juego.
Sin embargo es posible que ninguno de los vértices del trípode que se formó en 2019 para desplazar al macrismo del centro de la escena haya entendido que es lo que está pasando: todo lo que se pretendió nunca pasó de ser una ficción.
Porque no hay trípode –más bien estamos frente a tres dirigentes que llegaron a aliarse solo en la búsqueda de sus ambiciones personales- y tampoco hay coalición sino más bien un armado sectario en torno a la ex presidente, un variopinto rejunte de figuras de escaso predicamento alrededor de Sergio Massa y un intento constante de parir lo que ni siquiera llegó a embarazo sicológico en las cercanías de Alberto, sus tenidas gastronómicas y sus charlas de madrugada que crecen en intensidad con el descorchar de ilusiones.
Pero tampoco hay poder ni podrá haberlo mientras los líderes se desconfíen, se señalen y espíen y manden a sus espadas a sembrar costurones en la piel de aquel que, sospechan, está sacando los pies del plato.
En los albores del Frente de Todos era claro que se necesitaban. Cristina sola no podía y Massa ya había cometido todos los errores posibles para convertirse, como era evidente, en una más de tantas terceras opciones que la historia política argentina se había fagocitado de la mano de un bipartidismo que siempre se acomodó a las grietas y divisiones que marcaron a nuestra sociedad.
Pero como un acercamiento directo era impensado y aún así no hubiese alcanzado, apareció la “opción Alberto” que tranquilizó a todos: el elegido era un dirigente de segundo orden, hábil operador de maniobras no siempre claras y con suficiente desapego moral como para borrar con el codo lo mucho que había escrito con la mano acerca de sus nuevos socios.
Y con un valor agregado: en su inconsistencia y mutabilidad se representaba mucho de lo que es lo que pomposamente solemos llamar “el ser nacional”, forma más que elegante de sintetizar que en realidad vamos hacia donde calienta el sol.
Hoy todo explotó y la onda expansiva promete llevarse puesto al país….
Porque Cristina, la más sincera de los tres mosqueteros del apocalipsis, está hoy resuelta a poner de rodillas a Alberto y no duda en coquetear con Massa para aislar al presidente y ubicarlo en su justo lugar de mandatario…pero tan solo de ella.
Del tigrense sigue pensando lo mismo que se le escuchó decir en aquella furiosa charla telefónica con Parrilli cuando sentenció que “a ese hijo de puta también le tenemos que dar con todo”.
Lo odia, lo desprecia, lo considera un traidor, pero sabe que la ciega ambición del presidente de los diputados lo va a llevar, una y mil veces, a entrar por la puerta de las ilusiones para salir por el portón de los desechos históricos. Y eso a la ex presidente le cae como anillo al dedo…
Y Alberto, cavilando acerca de que el poder no eran aquellas operetas que armaba para Néstor Kirchner mientras el santacruceño lo usaba y destrataba y mucho menos unos cinco segundos de fama en la pantalla de TN, busca por estas horas el sueño de un mega acuerdo con las fuerzas de la oposición, con los sindicatos y empresarios y con todo aquel que sienta que ha llegado la ola del pos kirchnerismo.
Sabe que no va a ser él quien comande el próximo ciclo presidencial que debería regir ese acuerdo…pero sueña con, al menos, ser recordado como el Adolfo Suárez de la transición argentina.
El español selló la Moncloa, pagó el precio político del desgaste pero entró en la historia grande de su país y del mundo. Y también era, hasta entonces, un casi anónimo operador político del franquismo en retirada.
Cristina decide, Massa pretende, Alberto zurce retazos…y el país espera que los que se manotean el timón definan un rumbo y se pongan en marcha.
Después se verá hacia adonde…