CRISTINA ETERNA

Cristina intenta mostrar una cara que no le pertenece; y no puede. La ex presidente vuelve a probar con «la versión buena» pero sigue manejando a su antojo a un peronismo ausente y de rodillas.

Lo hizo cada vez que debía someterse a la voluntad popular, sin importar si era un momento de apogeo o de cuestionamiento. Su olfato político la empujó en tales ocasiones a mostrar una cara afable, un lenguaje dulcificado y una versión suavizada de esa Cristina que, látigo en mano, impone su voluntad sin que nadie ose contradecirla aún en el error evidente.

Así fue que en las tres ocasiones en las que debió salir a la cancha sin la tutela de su marido -en 2011 la muerte reciente de Kirchner proyectó su sombra sobre el ánimo de los argentinos y representó un impulso que sirvió a su viuda para revertir en pocos meses una caída estrepitosa de su imagen hasta llevarla a un triunfo resonante- sus errores y caprichos empujaron al peronismo a sendas derrotas que culminaron con la pérdida de su bien más preciado: el poder.

Una vez más el panorama es el  mismo…

Cristina se corre del centro de la escena, pero lo hace poniendo en su lugar a un hombre del que nadie seriamente puede esperar la rebeldía que lo ubique en el poder real. Alberto Fernández, un dirigente sin base ni estructura, no nació para la centralidad ni logró jamás ir más allá del armado para terceros. Eso hace impensable que suponga riesgo alguno para el liderazgo de Cristina, ni para las ambiciones de La Cámpora…ni para nadie.

El cierre de listas así lo indica. En cada casillero se ubica alguien a quien Cristina colocó ahí y en cada distrito crece la influencia y el poder de los propios frente a un PJ inexistente, tibio y definitivamente de rodillas.

Tampoco los aliados de ocasión han podido avanzar en la medida de sus aspiraciones. Sergio Massa, que por estas horas debe cuestionarse el alto precio que paga por acercarse a quien era hasta ayer un límite que jamás traspasaría, se lleva un premio consuelo en la lista de diputados nacionales y la lógica indica por estas horas que, logrado el triunfo, la promesa de ungirlo presidente del cuerpo quedará solo en eso…una promesa.

El desprecio de Cristina por el peronismo, por sus dirigentes y por Massa queda otra vez en evidencia. Los considera jugadores de segunda, sin otra capacidad que no sea la de cuidar sus propios y menguados espacios. Y así los  ningunea, los pone en evidencia y los desgasta ante propios y extraños.

Cristina es la reina y de su dedo salen las resoluciones que los otros por obediencia, obsecuencia o estupidez, deberán acatar sin siquiera levantar la voz. Como ocurrió con la candidatura bonaerense de Aníbal Fernández o la vicepresidencia de Zannini.

Nada nuevo bajo el sol…Cristina manda y todos obedecen.

Eternamente.