Escribe Adrián Freijo – Se puede estar o no de acuerdo con las decisiones que toma la presidente; pero si algo no puede negarse es su determinación y facilidad para tomar el centro de la escena.
Un 60% de los argentinos expresan desde hace mucho su deseo de terminar con la época conocida como «era kirchnerista». Por alguna razón de esas que siempre cuesta explicar, la cabeza visible de esa era tiene sin embargo un índice de imagen positiva que rara vez acompaña a un presidente que está a días de dejar de serlo.
A millones de nosotros nos molesta el desconocimiento que se esfuerza en mostrar la mandataria de cuestiones tan sensibles a la gente como la inseguridad, la corrupción, la inflación, la desocupación o la pobreza. Todas ellas muestran a las claras un país plagado de problemas, cada vez más aislado del mundo y sobre todo mal administrado.
Cualquiera podría llegar a concluir que lo que entonces más nos aleja de los criterios presidenciales es el modo caso grosero con el que la viuda d Kirchner maneja el poder, disparando por añadidura la prepotencia de tanto ladero impresentable, incapaz de ocupar lugar alguno por mérito propio y engreído como nuevo rico que pululan en sus cercanías.
Poner como sucesor a Daniel Scioli, moderado hasta volverse insípido y poseedor de una imágen «cero conflicto» que llega a la exasperación, podía significar una medida de reconocimiento de la realidad y un mensaje de que al menos algo puede cambiar en caso de continuidad.
Pero eso sería así para una persona común...no para Cristina.
Mientras los opositores se chocan con sus propias sombras, balbucean mensaje tan genéricos como inentendibles, se mezclan buscando una procreación electoral que no aparece y muestran la desorientación como expresión cotidiana, la «jefa» pega tres gritos, imparte cuatro órdenes y ordena a su tropa sin que nadie ose chistar -más allá del claudicante «no» de Randazzo que a las pocas horas se volvió en un «no, pero igual te quiero»- y muestra una vez más que estamos frente a un animal político, tan aristotélico como singular, que no está dispuesto a dejar el centro de la escena ni aunque «vengan degollando».
Y se queda con el escenario, las decisiones y un argumento escrito tan sólo por ella y para ella.
Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver; y negar que estamos frente a uno de esos líderes pétreos que sólo tienen en cuenta su propia construcción sería absurdo. Porque la negación frente a lo evidente siempre es absurda.
Será cuestión entonces de empezar a enojarnos con los torpes que dicen querer suplantarla y exigirles que entiendan de una vez que la política es demasiado seria como para intentar acceder al poder tan sólo en base a los errores del otro.
Sobre todo frente a quien no está dispuesta a reconocerlos y se dispone seguir adelante sin reconocer otro límite que no sea su propio interés.
El cierre de listas ha quedado signado por los movimientos de Cristina y los demás…quedaron condenados a mirar y actuar –siempre tarde– de acuerdo a sus movimientos.
Aquella «k» del maestro griego tiene hoy más peso que nunca.