Por Adrián Freijo – Sancionar a quienes arrojan basura en la vía pública está bien; pero amenazar con policías de civil arrestando a quien lo haga es creer que el castigo es mejor que la prevención.
¿Qué necesidad tiene el intendente de vivir anunciando castigos, sanciones, persecuciones y otras cosas por el estilo?, ¿porqué parece disfrutar la posibilidad de reprimir, de perseguir, de imponer un orden pretoriano en el que todos tienen que moverse, pensar y actuar de acuerdo a lo que él cree que es lo correcto?.
Muy sencillo; esto es así porque Carlos Arroyo lleva en el alma y en el cerebro el germen del autoritarismo. Por afinidades ideológicas, por formación o tan solo por estar empapado en una mediocridad que asusta, el intendente cree que el ciudadano debe ser acotado, presionado, guiado como si fuese una criatura y castigado como si cometiese una travesura.
Con el «detestable YO» de Pascal en la punta de la lengua, siempre dispuesto a sostenerse en la auto referencia que invariablemente lo acerca a la convicción del saber absoluto, Arroyo quiere organizar al precio que sea una sociedad ideal que solo está en su cabeza y que tiene la eterna limitación de los autoritarios: no viene por la convicción sino por la imposición.
¿Meter presa a la gente por tirar basura?, ¿emboscar policía de civil para sorprender infraganti a los infractores?. Un disparate; un desembarco en Normandía navegando en bolsas negras.
Todos queremos que Carlos Arroyo encuentre un camino de cordura para poder recorrer en la búsqueda de un gobierno con alguna lógica. Pero ello será imposible si no logra sacar de su cabeza los delirios mesiánicos y se atiene a la letra y el espíritu de la Constitución y su respeto por los derechos de los demás. Lo que en este caso significa cumplir con el control, sancionar con moderación y firmeza y persuadir antes que imponer.
Aunque para ello deba derrotar a su propia esencia.