CUARENTENA: QUIEN QUIERA OÍR…(O INTERPRETE A SU GUSTO)

Los anuncios presidenciales dejaron en claro cual es el punto en el que estamos parados. Más «guionado» que otras veces Alberto y sus acompañantes pusieron las cosas en su lugar.

Las técnicas de comunicación oficial indican que cada mensaje debe ser enviado de manera tal que lo entiendan todos, desde los sectores más capacitados cultural y socialmente integrados para hacerlo hasta aquellos que por falta de conceptualidad, por desinterés o por situación coyuntural (enojados, desesperados, angustiados, desinformados y/o sumergidos en la precariedad) no estén abiertos o preparados para recibir un cúmulo de información por importante que esta sea.

Este concepto es profesionalmente dogmático y políticamente necesario: el lenguaje del gobierno debe abarcar a todos o dejar al menor porcentaje de receptores afuera.

A partir de ahí aparecen dos subsectores de la comunicación para ser elegidos: el democrático, al estilo de los países respetuosos del derecho humano de acceso a la información, o el autoritario que sostiene las viejas teorías de Joseph Goebbels, el factótum publicitario del nazismo, como el ejemplo que se enseña en cada facultad de la materia a los largo del mundo entero. Su «miente, miente, que algo quedará» es la síntesis y paradigma de este modelo…

Alberto Fernández se esfuerza, al menos durante la crisis, en cumplir con el parámetro de la comunicación democrática y con la técnica del lenguaje entendible para todos, o al menos para la mayoría.

Apenas terminada su conferencia de prensa todos los medios -cuyas caras visibles poco o nada saben de otro arte que no sea el de mentir en función de los intereses de sus patrones- se escandalizaban del anuncio presidencial de que la cuarentena se iba a extender esta vez más allá de los 15 días que venían marcando hasta ahora el bio-ritmo al que estábamos acostumbrados.

No pudieron -¿o no quisieron?- entender que lo que se estaba comunicando era que atravesamos un momento crítico y que recién dentro de un par de semanas estaremos en condiciones de saber y esta curva creciente se va acentuando o atenuando. ¿Para qué prolongar el tiempo de aislamiento hasta un momento en el que estaremos en plena evaluación del lugar en el que estamos parados?.

La lógica indica que hoy, por primera vez desde el inicio de la crisis, necesitamos aprovechar todos los elementos que han podido acumularse para analizar la realidad y manejar en función de ello los tiempos de las decisiones y las comunicaciones. Y es seguro que el 28 de junio tendremos más elementos de juicio para resolver como se sigue si, por aceptar la simplona exigencia de los medios, el gobierno hubiese mantenido su decisión encorsetada en los quince días. Tiempo que, dicho sea de paso, era tan «caprichoso» como este de veinticuatro.

El mensaje subliminal del alargamiento de los días dispuestos es entendible para cualquiera: nos acercamos al pico del problema. Hay que ser uno más de todos los que «hacen de periodistas» o de los que creen que oponerse a un gobierno es negar hasta que el alba es parte del día para no darse cuenta de ello.

Pero claro, Argentina se mueve más cómoda en la grieta y si no hacemos polvo al que piensa distinto nos sentimos menos patriotas.

Mientras el país se cae a pedazos…