Redacción – No tiene sentido llorar sobre la leche derramada; Messi insultó a un juez de línea y le dieron la sanción máxima prevista para estos casos. Ahora hay que jugar y ganar sin él.
Es verdad, todo fue muy desprolijo. Sancionar a un jugador sin que los árbitros lo hayan informado -inclusive cuando ya con el expediente en marcha se los citó a consulta e insistieron en que no habían visto nada digno de castigo- parece un contrasentido. Que sin embargo lo toma cuando recordamos que la protagonista es la FIFA, una de las organizaciones más cuestionadas de la tierra, formada por individuos para los que la razón y la lógica son bienes casi inaccesibles.
Nunca nos olvidemos que, buenos o malos, se trata de señores cuya vida entiende como razón y objetivo una pelota de fútbol, algo de poder y muchísimo dinero que en un porcentaje preocupante suele ir a parar a sus bolsillos. No son estadistas, no son pensadores, no son juristas; son señores a los que puede definírse a partir de un ejemplo que vale más que mil palabras: se dejan asesorar por Maradona.
Digamos en su descargo que la sanción a Messi -que casi con seguridad será atenuada tras la apelación argentina si es que la puja por los negocios de la AFA no consigue que sus dirigentes se olviden de hacerla- tiene la dureza que corresponde por ser éste el capitán del seleccionado nacional. Con solo revisar los reglamentos disciplinarios del fútbol, podrá observarse que cualquier sanción se duplicará cuando quien la recibe ocupa ese cargo en el plantel.
Tal vez por ello no más allá de las próximas dos semanas nos enteremos que la suspensión quedará en dos partidos, una sanción económica y la prohibición de ponerse la cinta durante por lo menos seis meses. Acuérdese bien de esto…
Lo importante ahora es que el equipo aprenda a vivir sin Messi, a jugar sin Messi y a no saltar de pretexto en pretexto porque no está Messi. El fútbol argentino ya existía, y era respetado en el mundo entero, mucho antes de que Lionel apareciese en el horizonte.
Y aún con todas las limitaciones propias de un grupo humano inmaduro, caprichoso y petulante, Argentina es mucho más que Bolivia, que Perú y que Venezuela. Aún aceptando que Uruguay pueda ser el único de los que quedan por delante que jugando en el Centenario puede hacer fuerza y que la altura de Quito en la última fecha pueda marcar una limitación, no hay pretexto alguno para que Rusia 2018 no tenga a la albiceleste entre los protagonistas.
Es duro perder al mejor jugador del mundo, pero no somos Portugal que sin Cristiano no es más que un equipito del montón.
Así que a dejar de llorar, a guardar en el vestuario las quejas y salir a la cancha a demostrar, de una vez por todas, que esa casaca no es la del «Club de Amigos de Lionel» sino de la Selección Argentina de Fútbol. Aquella que en el primer Mundial, en 1930, ya se instaló en la final.