Por Hugo Flombaum (*) – Algunos viejos de mente creen que incorporando lenguaje inclusivo o a los diversos de manera formal se acercan a jóvenes que piensan desde otra plataforma de ideas.

Hugo Flombaum
El mundo enfrenta la convivencia de cuatro generaciones activas, las más jóvenes nacidas luego de la revolución de las comunicaciones.
Como consecuencias de la mayor longevidad por un lado y de la maduración temprana de los jóvenes por el otro, en la última década, en la decisión sobre las autoridades gubernamentales y sobre las expectativas respecto de la gobernanza conviven cuatro generaciones.
En mi adolescencia eran tres las generaciones que abarcaban a los decisores en la política y los que determinaban las medidas de gobierno. Los mayores (jubilados), los adultos y los jóvenes.
Hoy producto de la era de las comunicaciones y el conocimiento, las franjas etarias comenzaron a ser nominadas en función de momentos que signaron su desarrollo. Los jóvenes que participan de las decisiones son los millennials y los centenials.
Entre ellos hay muchas diferencias, pero existe un diálogo como el que teníamos nosotros con nuestros padres. Entre los centenials y los adultos mayores de 40 años el diálogo, en general, es muy complejo.
Lo que lo complica no es la rebeldía, es su relación con las cosas, con el mundo, con la naturaleza. Nacieron con internet, con pantallas en sus manos, con la posibilidad de acceder a idiomas y relaciones con el mundo a los pocos años de vida.
Algunos viejos de mente, hijos del marketing creen que incorporando el lenguaje inclusivo o incorporando a los diversos en su reconocimiento formal o hablando de cambio climático se acercan a esos jóvenes que se piensan y piensan sus relaciones desde otra plataforma de ideas.
Un político viejo de mente, cree que debe resolver el problema de vivienda de un joven, o de trabajo formal, o de jubilación a futuro. Los jóvenes no planifican a tiempo prolongado, creen que el tiempo es el que viven. Si uno les ofrece la propiedad para resolver su anhelo con suerte conseguirá una sonrisa.
Pensar que esa actitud es mala o que se debe corregir es el problema, la posibilidad de incidir que tenemos los adultos mayores sobre los jóvenes es casi nula y a la inversa la posibilidad de que ellos influyan en nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con la comunidad crece día a día.
El acceso al conocimiento de esos jóvenes es diferente al que nosotros transitamos.
Los jóvenes participan y deciden sobre cosas cotidianas, están cambiando nuestra relación con la comida, la alimentación ya no es la misma en familias en la que conviven con los jóvenes.
La relación con los animales es diferente, para ellos todos somos cohabitantes del mismo espacio. Piensan que el hombre fue un destructor del hábitat de las otras especies y creen que ellas merecen un cuidado a veces mayor que el que nos dispensamos a nosotros mismos, en compensación por el daño que les infringimos en la conquista del poder en la tierra.
El uso de los medios de comunicación está mudando. La TV pasó a ser una pantalla multimedia, los más jóvenes no miran ni noticieros ni programas de televisión de los medios que para nosotros fueron tradicionales.
El concepto de empatía, tan mal usado por una gran mayoría de los comunicadores adultos, es diferente, para ellos no es una decisión, es una manera de relación. La solidaridad tampoco es parte de lo racional, es parte de la cultura. Eso los hace diferentes.
El concepto de libertad individual no tiene límites religiosos ni muchas veces regulatorios.
Creen que las regulaciones son parte de las herramientas que limitan la libertad y creen que el límite es autoimpuesto, descreen que los mayores tengan mejor criterio que ellos para limitarlos.
El aquí y ahora es permanente, no modifica la relación a futuro, si la del momento. Al terminar ese instante comienza otro, también es aquí y ahora.
Cuando nosotros éramos jóvenes todo reclamo se canalizaba en forma orgánica, lo planeábamos como parte de la lucha por el poder institucional. Ellos tienen otra impronta. Todo lo vuelcan en sus espacios, lo comparten, forman opinión. Ese es su poder.
Las redes, para nosotros los mayores, son medios de comunicación, para los jóvenes son espacios, territorios en los cuales habitan.
Los resultados de las últimas elecciones no fueron comprendidos, ni los que ganaron ni los que perdieron entienden porque sucedió lo que pasó.
Ambos sectores se debaten en un espacio que no contienen al cincuenta por ciento de los votantes.
Ese sector no está ni institucionalizado, ni organizado, ni tiene reivindicaciones específicas que los nucleen. En realidad, son un gran conjunto de individuos que comparten códigos de comunicación y de aspiraciones individuales que no pueden colectivizarse.
Esa característica hace muy difícil una comunicación centralizada. Son múltiples las aspiraciones y por consiguiente múltiples las propuestas que requieren, con un denominador común su manera de relacionarse. Los compromisos son en el momento, no pueden proyectarse.
Los sistemas políticos deberán adaptarse a esta realidad. Convivimos aun con dos maneras de interrelacionarnos, la de conformación de lealtades comunitarias y la de las relaciones que parecen efímeras, pero que en realidad contienen una permanencia en las comunicaciones que las redes les otorga.
Los mayores debemos comprender que las nuevas formas de relación serán mayoría en los próximos años, o aprendemos a convivir y a comprenderlos o nos pasarán por encima sin contemplaciones.
El desafío para los que pretenden conducir esta diversidad es que sean abiertos, multifacéticos, no estructurados, sin preceptos ideológicos duros, sin apelaciones a ritos habituales.
Deberán incorporar la libertad individual como precepto ya que esa será el arma con la cual podremos pelear en la lucha contra el autoritarismo de los sistemas no democráticos.
Si alguien cree que un voto de un centenial es un contrato más allá del día de la elección no entiende a esos jóvenes.
Si alguien cree que puede ponerse por encima de ellos para conducirlos a un lugar o espacio que dure más allá de ese instante en el cual están comunicados se equivocará del principio al fin.
La realidad no se juzga, se la comprende y se actúa en función de lo que representa.
(*) Analista político. Columnista de LaCity.com.ar.
Foto: Herbert Shin