Es el sentimiento que 25 años después nos queda a todos al recorrer las imágenes y transitar los recuerdos de la AMIA y sus escombros. Y también al saber que vivimos en un país sin justicia.
Nadie volvió a ser el mismo desde aquel lunes 18 de julio de 1994. Nadie…
Como todos los hechos que cambian nuestra vida de forma intempestiva primero fue la sorpresa, luego llegaron las preguntas, las especulaciones, el dolor y la rabia y por fin la costumbre. Y cuando la cuestión encalleció en el alma ya cada uno de nosotros tenía la mirada propia sobre lo ocurrido y comenzó a acomodarla a ese criterio binario que acompaña a la Argentina desde el día mismo de su fundación.
Pasaron los años y nada cambió demasiado. Sabemos todo pero no sabemos nada, tenemos responsables pero no no pagan sus responsabilidades; encontramos ese eje conductor de nuestra historia que se simplifica cuando logramos un culpable y un pretexto.
Un cuarto de siglo de verdades a medias, de intentos de olvido, de encubrimientos. De tratar de acomodar el horror a las necesidades políticas de cada momento.
Un tembladeral de sospechas, de palabras huecas dichas a los gritos y otras fundamentales repetidas quedamente. Nombres, circunstancias, países, religiones, crímenes…todo embarrado en el subsuelo de esa inteligencia prostibularia que solo está preparada para espiarnos a nosotros y que ningún gobierno intentó seriamente modificar.
Todos sabemos y nadie sabe, todos hablan y todos callan. Solo algunos lloran en serio, aunque ya esas lágrimas mezclen la tristeza con la impotencia. Y la rabia..
Desolación es la palabra. Que solo por una vez se convierte en sinónimo de asco…