Donald Trump: un clavo en el zapato de un sistema que lo odia

Por Adrián FreijoAl borde del KO el presidente norteamericano se dispone a utilizar los 75 días de su mandato para tomar un agresivo protagonismo en el que venganza y futuro marchan de la mano.

 

Si alguien ha salido derrotado de este proceso electoral es el país. EEUU, siempre orgulloso de presentarse ante el mundo como el gigante de la democracia y el ejemplo de buen funcionamiento del sistema, aparece ahora ajado y demacrado ante la comunidad internacional que no atina a creer que en el corazón de occidente estuviesen agazapados todos los vicios de las peores democracias populistas y bananeras.

Y no nos referimos al sistema indirecto de elección -que seguramente deberá ser revisado para acercar los resultados electorales a la realidad de la gente- sino a las denuncias de fraude, las amenazas, las operaciones de prensa, los escándalos de financiamiento y, por fin, la desesperación de un mandatario cuando siente que el poder se escurre entre sus manos.

En las horas previas a la oficialización de su derrota Donald Trump se ha dedicado a dejar en claro que no está entre sus planes abandonar el centro de la escena en el tiempo que le queda de gobierno y tampoco una vez que entregue el mano a Joe Biden. Más bien pareciese que la intensidad de los próximos 75 días, los últimos de su mandato, va a ser de tal magnitud y escándalo que no son pocos los que dentro de su propio partido están proponiendo un acuerdo con los demócratas para neutralizar cualquier medida disparatada que el saliente presidente quiera tomar.

Porque en ambas fuerzas políticas comienza a crecer el temor de que el magnate de los escándalos este pensando en plantear al país una alternativa al bipartidismo tradicional: una nueva fuerza, que una a los sectores más radicalizados de la derecha republicana y al ala más conservadora de los demócratas, sumando a cientos de miles de independientes que acompañaron con entusiasmo los planteos económicos y xenófobos de Trump, para convertirla en una alternativa hacia el futuro pero especialmente en un poderoso fiel de la balanza si es que tras conocerse el resultado final el mandatario niega la derrota, se proclama triunfador y juega con los tiempos electorales para someter al país a una estado de convulsión que frene la economía y genere disturbios callejeros en varios estados.

En 2000, las batallas judiciales entre George W Bush y Al Gore por el recuento de votos en Florida llegaron a la Corte Suprema, que falló a favor de Bush al detener un recuento. Gore le concedió la victoria a Bush, en vez de escalar la lucha para que llegue al Congreso.

Porque muchos de los que sostienen que la apresurada designación de una nueva integrante conservadora de la Corte fue realizada por Trump para asegurarse un fallo favorable en el caso de presentarse una controversia olvidan que la última instancia es el propio Congreso, con su nueva composición, que bajo el mandato de la demócrata Nancy Pelossi debería resolver antes del 20 de enero, día de la asunción del nuevo mandatario, quien es el que desempeñará el cargo en los siguientes cuatro años.

Por eso el intento negociador que, por ahora en secreto, llevan adelante demócratas y republicanos: no quieren que el capricho de Donald Trump lleve al país a un punto violento de no retorno y, en el caso de los miembros de su propio partido, ven la posibilidad de sacarse de encima aun hombre inmanejable que durante todo su mandato desconoció y hasta despreció a la fuerza que lo había llevado al poder.

Cuentan además para ello con la ayuda de las Fuerzas Armadas estadounidenses a las que un histérico Trump pensó en sumar a su disparatada estrategia. El liderazgo del Pentágono ha insistido en que el ejército estadounidense no tiene ningún papel que desempeñar en ninguna disputa electoral y abiertamente pide a Trump que se abstenga de invocar la Ley de Insurrección de 1807, que le daría la autoridad para desplegar tropas para sofocar cualquier malestar civil.

Y en lo que fue tomado como algo más que un simple comentario dos estrategas militares de gran prestigio, ambos veteranos del ejército, sugirieron que el general Mark Milley, el uniformado de más alto rango de EE.UU., debería ordenar al ejército estadounidense que retire a Trump por la fuerza si éste se negara a dejar el cargo.

Entre el acuerdo bipartidario y la posición irrenunciablemente institucionalista de los militares, es claro que Donald Trump se ha quedado solo en su intento de resistir la voluntad mayoritaria de los norteamericanos. Su vieja posición de outsider del sistema esta vez le ha jugado en contra y ha empujado la firma de su sentencia de muerte.

¿Lo entenderá?, ¿buscará una salida elegante que le dé una nueva vida política en el futuro?, ¿le pondrá límite a su desencanto y a su furia y pondrá en la balanza ganancias y pérdidas de su insólita negativa a aceptar la realidad?.

Trump ha coqueteado durante mucho tiempo con la creación de su propia cadena de televisión para competir con Fox News, y en privado ha planteado la idea de volver a presentarse en 2024, aunque para entonces tendría 78 años. De hecho en su entorno se cree que anunciará esa postulación en el momento en el que eventualmente acepte su derrota ante Biden.

Incluso si sus días como candidato han terminado, sus 88 millones de seguidores en Twitter le dan la oportunidad de ser una voz influyente en la derecha, convirtiéndolo potencialmente en un hacedor de reyes entre los republicanos en ascenso. Lo que demuestra que hay un camino por delante si de encausar su compulsión por el poder se trata.

Claro que para ello deberá evitar lo irremediable de un suicidio que lo haga pasar a la posteridad como el hombre que humilló al sistema, sumió al país en la violencia y además no pudo evitar ser expulsado de la Casa Blanca.

Lo que por estas horas parece inevitable.