En una nota publicada en este portal damos cuenta de la preocupación que existe en Europa por la cantidad de jóvenes que están siendo reclutados por el yidhaismo para ser incorporados a la salvaje acción fundamentalista que por estas horas se extiende por todo Medio Oriente, pero que también ha tenido participación en acciones criminales, por el momento focalizadas en atentados personales, en el mismo territorio de países como España, Gran Bretaña y Francia.
Si nos detenemos en un análisis puntual de esta situación deberíamos concluir que una vez más las expresiones extremas encuentran en los jóvenes caldo de cultivo para sus fechorías.
Ocurrió con el nazismo o el fascismo, que lograron constituir milicias juveniles fanatizadas que se convirtieron en brazo armado de sus experiencias autoritarias.
Más acá en el tiempo, los años setenta fueron testigos de una explosión de furia juvenil que, convencida de la necesidad de una revolución socialista, terminó convirtiéndose en una expresión criminal de la lucha política que, ahora se sabe, fue utilizada por aviesos dirigentes que tenían muchos más puntos en común de lo que por entonces podía sospecharse.
Y no se trata entonces de emprenderla contra estos jóvenes limitándonos a una cuestión etárea. Nada más lejos de la realidad…
La pregunta que debemos hacernos nosotros mismos –y que bien contestada puede explicar muchas cosas- es, ¿porqué pasan los años y quienes proponen el caos o el autoritarismo siguen encontrando en la juventud un espectro utilizable para sus propósitos?.
¿Quiero vender drogas?…busco a los jóvenes…
¿Busco anarquía?…ellos me van a ayudar a lograrla.
¿Propongo violencia?…serán mis socios.
Pero…¿y si lo que busco es imponer algo como moda (ropa, música, bebidas, lenguaje, tecnología)?…ellos también serán la vía de ingreso a la sociedad.
¿Quiere decir que los jóvenes son tontos…usables…útiles para todo servicio?.
Nada de eso.
Sólo quiere decir que el mundo occidental (o capitalista, como usted prefiera) con sus cánones y sobreentendidos, que sólo esconden un salvaje instinto consumista cada vez más enfermo y prostituido, no sabe darles la respuesta adecuada a sus naturales expectativas de cambio y mucho menos de búsqueda de valores éticos.
Todos nosotros hemos pasado por esa franja de vida en la que soñamos con un mundo mejor.
Y la mayoría terminamos aceptando las reglas de juego de la sociedad y, en el mejor de los casos, resolviendo ser a todo costo un “rara avis” que no se sube al tren de lo impuesto para mostrar que otra escala de valores es posible.
Pero no podemos (y no queremos) olvidarnos de aquellos tiempos de los sueños de cambio.
Tal vez por eso es fácil encontrarnos –en esas reuniones sociales en las que la camaradería (y el buen vino) sueltan las lenguas para hablar de las cosas más profundas)- con adultos que vuelven a recordar esas épocas y vuelven a sus propias utopías como una expresión que esconde la frustración tras el aparente entusiasmo “revolucionario”.
Si no cambiamos, la historia se repetirá por siempre y hasta el cansancio.
¿No sería mejor plantearnos como hacer para que cada uno sea capaz de pensar en el otro como cosa natural y cotidiana?
¿No le robaríamos a los violentos la posibilidad de apropiarse de las rebeldías de nuestros hijos si les mostrásemos a los que nos siguen en el tiempo que “de este lado” también existe un mundo que merece ser vivido?.
Pero vamos a tener que entender que eso sólo lo lograremos con el ejemplo y no con largas peroratas llenas de moralina…de esas que también a nosotros nos molestaban cuando no las veíamos sustentadas con el ejemplo.
No nos conformemos entonces con señalar, con occidental ofuscación, lo que pasa con los “jóvenes de hoy”. Preguntémonos que es lo que hacemos para que la actual no sea una nueva generación carne de cañón de la que al final sólo contemos los muertos mientras gritamos “nunca más”.
Porque esa febril promesa el mundo ya se la ha hecho a si mismo demasiadas veces…y siempre hubo una vez más.
Estupidez, dirán algunos…comodidad, preferimos aceptar nosotros.