Editorial – El papa le puso tiempo y fecha a las reformas

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LO QUE QUEDA DEL DÍA

Francisco hizo ayer una de las más fuertes afirmaciones de su Papado: «Esto va a durar  dos o tres años» dijo, «y después volveré a la casa del Padre». Más allá de lo dramático de la frase, que a todos impactó, el Pontífice está anunciando cual es el tiempo que piensa tomarse para llevar adelante las profundas reformas que ha encarado para el vaticano y la Iglesia en general.

Desde su llegada a Roma el Papa demostró que con él entraba en la Santa Sede un huracán de reformas. Algunas tienen que ver con la propia administración, y en ese sentido no se conformó con dar permanentes ejemplos de sobriedad y prudencia en el gasto.

Los cambios en el IOR -conocido como Banco Vaticano- demuestran que de aquí en más la transparencia deberá acompañar todas las operaciones financieras en las que esté involucrada la Iglesia.

Por supuesto que concretarlo, más allá de las decisiones legales que pueda tomar Francisco, supondrá vencer no tan sólo viejas costumbres sino también solapados intereses que hicieron del pequeño estado que le toca gobernar un antro de corrupción capaz, entre otras cosas, de acabar con la vida de uno de sus recientes antecesores que quiso atreverse a lo que hoy él se muestra dispuesto a intentar.

La propia jerarquía vaticana cruje tras los cambios dispuestos. La salida casi extemporánea de las principales jerarquías -al menos cómplices silenciosas de aquellos desmanes- y el avance de cardenales de una nueva generación en el manejo de los temas más cercanos al Papa son sin duda alguna ejemplo de que nuevos aires sobrevuelan la cúpula de San Pedro.

Pero es en lo que hace a la iglesia-religión donde los cambios pensados se hacen más notorios. La eucaristía para los separados, el papel de la mujer en la institución, la unión de las iglesias cristianas y el dialogo interreligioso, la incorporación de los laicos en el gobierno de la Iglesia y el celibato sacerdotal suponen una batería de cuestiones en las que es claro que Francisco pretende avanzar con destino a su revisión.

Si todo esto debe hacerse en «dos o tres años», tenemos que prepararnos para un tsunami no muy común en la cultura cansina de los tiempos vaticanos. Pero ocurre que Francisco sabe que el riesgo de dejar las cosas a mitad de camino es demasiado grande y que el Sacro Colegio que deberá entonces elegir a su sucesor no garantiza todavía la presencia de una mayoría progresista que asegure hacia el futuro lo que para entonces pueda haberse avanzado.

Vienen entonces tiempos agitados, apasionantes y seguramente llenos de tensiones. Como parece gustarle a este hombre de apariencia bonachona, de mirada reflexiva pero que no está dispuesto a que sólo lo recuerden como un Papa simpático. Aunque el plazo que él mismo se puso parezca demasiado corto para sus objetivos.