Hay un 24 de marzo para quienes reivindican una parte de la trágica historia argentina y para los que lo hacen con la otra. Pero para millones de nosotros esta fecha encierra aún la búsqueda de la verdad.
Cuando la vida corre hacia el medio siglo de aquella tragedia nacional que culminó el 24 de marzo de 1976 pero que en realidad sembró su semilla en 1930, comienza a causar hartazgo en todos nosotros la insistencia de varios sectores de nuestra vida política y social por escribir una historia que nada tiene que ver con la verdadera historia.
Un país dividido y violento desde su gestación, capaz de irrespetar las instituciones y darse falsas normas constitucionales siempre a expensas de los cambios que se le antojasen al mandamás de turno, tocó fondo el 24 de marzo de 1976 cuando una vez más un grupo de militares fascistoides y civiles comprometidos con intereses económicos que se sentían en peligro, se apropiaron por la fuerza del poder y de la república.
Claro que ya no fue un paseo militar como con Uriburu en el 30, ni una charanga chauvinista como en el 43, ni una ficción demo-cristiana como en el 55 ni una lucha por «los valores morales de la Nación» como en 1966.
Esta vez fue una ordalía de sangre, de torturas, de violencia, de muertos, de desaparecidos, de secuestrados, de venganzas entre facciones, de inocentes caídos solo por estar donde no debían estar y una guerra sin sentido contra las principales potencias mundiales que, de haber tenido otro resultado que no fuese la ominosa redención de aquel generalito engominado y bien abrigado en el gélido Atlántico Sur, hubiese potenciado una vez más a este inculto país de los caudillos civiles o militares y nos hubiese dado el primer emperador borrachín de nuestra historia.
Para millones de argentinos que no tenemos interés alguno en detenernos a discutir el pasado mientras se nos escurre el presente y desaparece el futuro, eso y no otra cosa fue el drama que hoy conmemoramos. Otra de las tantas luchas entre mesiánicos e iluminados que desangraron un país que siempre estuvo por ser y nunca fue.
Y aunque los interesados en medrar con la mentira griten, berreen, insulten, mientan, oculten, inventen e insistan en ver todo con el sesgo de su propia mirada, nosotros siempre sabremos de que estamos hablando.
Porque en esta Argentina inventada, la historia siempre la rescató «el resto».