EL ANGOSTO DESFILADERO Y EL ABISMO

Quienes tenemos edad suficiente como para recordar aquellos tiempos de las divisiones irreconciliables en la sociedad argentina no podemos menos que temer al presente y al tiempo que viene.

Dividir es fácil; muchas veces basta con el mensaje, siempre alcanza con la malicia y conseguirlo es seguro cuando los destinatarios de esa intención viven carencias de todo tipo.

Y la argentina es una sociedad que reúne todas las condiciones necesarias para conseguir que esa división se instale nuevamente y por muchos años en su realidad.

Porque hay demasiados pobres, existen demasiadas cuentas del pasado sin saldar, ya vamos por tres generaciones de ciudadanos para los que el trabajo ha sido un azar y fundamentalmente porque la cultura del «sálvese quien pueda», tan extendida en cualquier crisis, hace que observemos al otro como un potencial enemigo que quiere quedarse con lo nuestro.

Culturalmente este ha sido un país que se construyó en torno al objetivo de extender la clase media. En ella encontramos la medida justa para definir quienes y como éramos los argentinos. Su tono, su nivel educativo, sus expectativas de ascenso social basado en el trabajo y su condición de «eslabón perdido» entre la vieja fusión de inmigrantes y criollos y un futuro de conglomerado homogéneo, fueron ubicándola naturalmente en el centro del desarrollo social.

Sin embargo, ante cada fracaso de los muchos que supimos conseguir, se cometió el error de cargar sobre sus espaldas todo el peso de la reconstrucción y todo el costo de los errores.

Hasta hacerla desaparecer, pero no tan solo como expresión cuantitativa sino como definición cualitativa. Porque el secreto de «aquella» clase media era justamente la comunión de objetivos que la convertían en una fuerza casi imparable. Y «esta» clase media ha quedado limitada a un grupo de individualidades anárquicas, egoístas y medrosas que solo busca no caerse del inseguro lugar en el que se encuentra.

El futuro argentino se ha convertido en un estrecho desfiladero a cuya vera emerge un abismo del que seguramente no se podrá volver. Y por ese desfiladero caminan angustiados todos los que, hasta ayer nomás, tenían la esperanza de dirigirse hacia alguna parte.

Y lo más triste -y por cierto lo más peligroso- es que observan como enemigos a quienes caminan delante o detrás de cada uno de ellos.

Porque alguien logró asustarnos, dividirnos y convertirnos en una masa amorfa, inculta y asustada.

Una de esas que pueden manejarse con perversa comodidad…