El crimen que no queremos ver

(Escribe Adrián Freijo) – La muerte del fiscal Alberto Nisman supone el momento más dramático en la ya no tan joven democracia argentina,y la gente lo percibe.

¿Suicidio o crimen?, ¿realmente importa? Resolverlo definitivamente, ¿va a cambiar la convicción de la sociedad?

Todos los argentinos tienen hoy la sensación de que «algo pasó» tras la muerte del fiscal Alberto Nisman, y esa sensación surge de convicciones comunes que van mucho más allá del caso puntual que hoy impacta en cada uno de ellos.

Hace mucho tiempo que sentimos que tras el velo del poder se mueven intereses prostibularios.

Que tienen que ver con la corrupción, con el narcotráfico, con el contrabando, con la compra de voluntades en la justicia, en los gremios y en toda institución que se le vincule.

Y el caso de la AMIA es uno de los ciertamente emblemáticos en la materia. Desde el mismo momento del estallido todos estuvimos convencidos de que aquel horror tenía que ver con cuestiones de poder; y la única duda que nos carcome hasta hoy es saber si no fue desde el poder mismo que se dio la orden de organizarlo.

Lo que si ha sido evidente -y tal vez por eso la denuncia de Nisman no cayó como un rayo en un día de sol- es que ni Menem entonces ni ninguno de sus continuadores, tuvieron interés alguno en avanzar en una investigación seria.

Y el propio Nisman no estaba ajeno a esos tiempos morosos con los que se buscaba la verdad.

Puesto al frente de la fiscalía por Néstor Kirchner, Nisman se movió en los dos primeros años a un ritmo y hacia un lugar que parecía más destinado a cerrar la causa con rédito político para el poder que a buscar la verdad profunda. De hecho se volvió sobre los primeros pasos de la investigación y volvieron aparecer los mismos nombres.

Pero algo pasó -y ese algo debería dar la luz necesaria sobre esta muerte- que tras la muerte de Kirchner terminó por alejar al fiscal de las cercanías del poder.

Una cercanía que no era menor ni casual: Nisman fue el que puso a Carlos Menem en las puertas del desafuero, situación que terminó por lanzar al ex presidente (y su voto en el Senado) en brazos del gobierno.

Y también fue el que, en el momento justo, pidió el procesamiento de Mauricio Macri cuando el jefe de gobierno porteño concretó su alianza con De Narváez y Solá y sentenció la derrota oficialista en 2009.

Como la mayoría de los fiscales argentinos, Nisman sabía poner la oreja a las inquietudes que le llegaban desde Balcarce 50.

Ocultarlo ahora puede ser un homenaje a su muerte pero representa alejarnos de la verdad; y ya ha pagado demasiado la Argentina por su insistencia en hacerlo.

Lo cierto es que una vez distanciado del poder  Nisman comenzó a trabajar febrilmente en una sola línea directriz, que era la que le marcaba un sector de los servicios de información que pujaba por el poder en la SIE y que tenía mucha cercanía con la Presidente.

Y esa línea investigativa se chocó de frente con algo que, por fin, nos deja claro a los argentinos el porque de aquel insólito memorándum con Irán que nos sorprendió a todos y jamás fue explicado: Cristina y sus colaboradores eran capaces de canjear una investigación que buscaba justicia para 85 víctimas del atentado por el petróleo suficiente para aliviar las exhaustas arcas de un gobierno que día a día se desangraba utilizando dólares que no tenía para resolver su impericia en el campo energético.

Por eso es que poco importa si fue suicidio o crimen. Lo que aparece detrás del horizonte es mucho más grave.

Un país en el que los fiscales se acercan o se alejan del poder de acuerdo a su conveniencia, los jueces administran justicia a pedido y reviven o adormecen expedientes según las órdenes recibidas, los gobernantes toman todo bajo la ecuación «conveniencia-inconveniencia» de sus propios intereses, la prensa es capaz de cambiar la verdad por algunos centímetros de publicidad oficial y en el que la vida vale cada vez menos, es un país en el que un jefe de aduana puede suicidarse de un tiro en la espalda, un testigo fundamental de la causa IBM-Banco nación puede colgarse en un descampado con las manos atadas a su espalda y un recorte de diario en la boca que justamente habla sobre el escándalo en el que estaba involucrado…o un fiscal ansioso por comparecer ante el Congreso para entregar las pruebas de una investigación de varios años, con más de 300 escuchas telefónicas grabadas y decenas de pruebas documentales, resuelve suicidarse algunas horas antes sin dejar siquiera dos líneas explicándolo.

Un contexto histórico que nos indica que todo es secundario frente a la verdadera muerte que tiene que preocuparnos.

La muerte de la Argentina…