De la Rúa: una traición que al fin tendría su venganza

Por Adrián FreijoPocos recuerdan aquellas horas dramáticas en las que, en medio de la crisis del radicalismo y la salida de Alfonsín, una traición dejó al dirigente radical sin una banca ganada legítimamente.

La salida anticipada de Raúl Alfonsín había convertido a la Argentina en un torbellino, y La Rioja -convertida en centro de las miradas populares-no era la excepción. Todo transcurría con una velocidad de vértigo y en la búsqueda de un equilibrio que se presentaba lejano parecía que cualquier cosa era válida. Hasta la traición…

Por aquellos años aún estaba vigente la figura del Colegio Electoral, aquella institución de la que emergía el nuevo presidente tras cada elección. Y era una ley no escrita, pero siempre respetada, que aquel que en los comicios conseguía la mayor cantidad de votos sería respetado por los delegados al colegio y designado presidente.

Pero en la política argentina abundan quienes hacen de cualquier detalle una oportunidad de revertir la decisión popular. Seguramente porque poco y nada les importa…

Alvaro Alsogaray y su por entonces ascendente hija María Julia eran dos ejemplos de ello. El capitán-ingeniero había sido parte de cada gobierno militar que se había encaramado en el país tras los sucesivos golpes de estado desde 1955 hasta esos días. Y cuando le tocó actuar en un gobierno democrático, durante la gestión de Arturo Frondizi, lo hizo por mandato y representación de las Fuerzas Armadas como resultado de otro de las decenas de planteos que debió soportar el debilitado presidente constitucional. Acostumbrado estaba entonces a despreciar a la democracia, sistema que invariablemente le daba la espalda en beneficio de sus dos grandes enemigos conceptuales: el peronismo y el radicalismo.

Fernando de la Rúa había ganado las elecciones porteñas para senador, seguido por el peronista Eduardo Vaca y, en tercer lugar, la pronto famosa María Julia Alsogaray; y si bien la diferencia entre los dos primeros era de algo más de 10.000 votos, nadie dudaba que se respetaría la costumbre y sería ungido en su banca.

Claro que esa senaduría aparecía como trascendental para Carlos Menem: quebraba una paridad de fuerzas y le daba el control del poderoso Senado nacional. No dudó entonces en escuchar la sibilina propuesta de los Alsogaray para traicionar a De la Rúa, sumar sus delegados al colegio y consagrar a Vaca como senador porteño.

Como consecuencia de esa alianza  De la Rúa perdió la posibilidad de consagrarse a pesar de que había obtenido la mayor cantidad de votos. En aquel momento, el radicalismo presentó una denuncia judicial contra Vaca por cohecho y acusó al legislador de promesa de dádivas para obtener esa banca.

Conocida la maniobra «Chupete» llamó indignado al presidente electo y le reclamó por lo que consideraba una maniobra ajena a la moral política vigente. Menem se mostró extrañado, le aseguró que no permitiría una actitud semejante y le garantizó que la banca le sería respetada. A su lado, escuchando la conversación, María Julia y Vaca estallaban en carcajadas…

Pocos días después la traición se consumaba y Menem volvería a jurar, ante un furioso De la Rúa, que los protagonistas de la misma habían obrado contra su orden y voluntad.

¿El precio de la jugada?…espacios de poder en el nuevo gobierno para la UCD y finalización de una causa penal por el desfalco de los astilleros Alianza que preocupaban al jefe de ese partido.

Eduardo Vaca pagaría ante sus pares un alto precio por su defección; para propios y extraños siempre fue «el senador trucho» y nadie le perdonó haber violado aquellas normas no escritas pero sagradas. Y tal vez los propios peronistas fueron quienes más cara cobraron aquella actitud: cuando Vaca debió abandonar su banca por un accidente cerebro vascular que lo mantuvo postrado durante más de un año, hasta su muerte, los justicialistas ungieron como su sucesor a Jorge Argüello quien había salido de mala manera del gobierno de Menem y no tenía el «sí automático» que caracterizaba a su antecesor.

María Julia gozaría las mieles de la popularidad potenciando un perfil escandaloso, y terminaría sus días condenada por la justicia, encerrada en una casa prestada y habiendo perdido todos los bienes sospechosamente adquiridos durante el menemismo.

Y Fernando de la Rúa logró, a su manera, la tan anhelada venganza: durante su efímero gobierno encarceló a Carlos Menem por delitos de corrupción e impulsó personalmente todas las causas que por el mismo motivo jaqueaban a la hija de Alsogaray.

Aunque su propio final, en diciembre de 2001, no sería mucho mejor…

Pero en aquellas jornadas el país comenzaba a transitar el camino de la impudicia política, algo que no ha abandonado hasta hoy.