Por Adrián Freijo – Las consecuencias de la pandemia pueden ser de tal magnitud que un organismo históricamente «enemigo» de los países en desarrollo se convierta en su aliado.
Cuando se dice que nada será igual después del coronavirus no se está afirmando nada que no tenga que ver con la realidad. Más allá de las lecciones humanas, más difíciles de sostener frente al bombardeo de los medios masivos que responden a intereses que no estarán muy entusiasmados de que la crisis permita emerger a una sociedad mejor, más responsable y comprometida con el medio ambiente y más solidaria, quedarán las consecuencias económicas que ya nadie duda en calificar como catastróficas.
La caída del PBI mundial, la pérdida de financiamiento, la desaparición de millones de pequeñas y medianas empresas, el crecimiento de la pobreza -que estudios privados coinciden en fija en el orden de 500 millones de personas- y las consecuencias políticas que ello puede tener en un mundo que ya antes de la pandemia mostraba peligrosa proclividad a cerrarse en torno a nacionalismos autoritarios, suponen un cóctel peligroso y al parecer inevitable.
Esta situación provocará “la peor caída económica desde la Gran Depresión” de 1929, estimó hoy la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, quien advirtió además que países emergentes y pobres como los de Latinoamérica “corren un gran riesgo”. También agregó que “algunos países enfrentan la carga de una deuda insostenible”, algo que viene sosteniendo la Argentina desde que el gobierno de Alberto Fernández decidió agotar las instancias de negociación antes de tomar el atajo históricamente repetido de encaminarnos a un default.
La titular del Fondo destacó que “necesitan ayuda urgentemente” y que en conjunto con el Banco Mundial están haciendo un llamado a que se suspenda el servicio de la deuda de los países más pobres del mundo con acreedores bilaterales oficiales. Una medida sin precedentes que se convierte en una luz de esperanza en el oscuro horizonte de muchos países, entre los que se encuentra el nuestro que, aunque aún no lo digan, saben que con la llegada de la normalidad deberían asumir una opción de hierro: pagar a los acreedores y enfrentar estallidos internos o priorizar a su gente y salirse del sistema internacional.
Además, el Fondo está estudiando el uso de líneas de crédito preventivas para llevar efectivo a los países y establecer préstamos a corto plazo que ayuden a poner en funcionamiento lo más rápido posible a las golpeadas economías. Que ya venían trastabillando desde hace mucho y han caído en forma inexorable por el dramático freno que representó esta crisis.
Por supuesto que no hay una gota de filantropía en esta postura del FMI. Por el contrario, un reconocimiento de que la hondura del problema obligará a los países ricos a sostener la economía mundial o arriesgarse a una ruptura generalizada del sistema con el consiguiente riesgo para la continuidad del sistema capitalista.
Y una de las mayores preocupaciones radica en saber cuanto de esa crisis eventual podría ser aprovechada por China para encaramarse al frente del nuevo orden naciente. Más allá del mito de su injerencia en la aparición del coronavirus el país asiático está en condiciones de sacar una interesante tajada de las consecuencias que se esparcirán por el mundo.
¿Después?, se preguntan en los grandes centros del poder mundial…después se verá. Por ahora se trata de salvar al capitalismo de la debacle y si para eso hay que portarse bien por un tiempo, todo es válido.
Que el zorro pierde el pelo…pero no las mañas.