El «gobierno del guerrero» logró tomar la plaza a sangre y fuego

RedacciónO al menos eso parece por el estado calamitoso de la Plaza San Martín, la más importante de la ciudad, que hoy luce en ruinas como si hordas salvajes se hubiesen lanzado sobre ella.

Carlos Arroyo ama las acciones guerreras; de hecho se imagina a sí mismo como un heroico mariscal que guía a sus tropas hacia un enemigo inasible que, por eso mismo, va cambiando de nombre, de rango y hasta de color. Y en ese combate perpetuo el hombre se ve, enfundado en su capote napoleónico (que en realidad imita al de otro personaje de la historia que mejor es no menear), decapitando a enemigos suplicantes que se arrodillan ante el imparable avance de Zorro Uno.

Tal vez por eso debe regodearse cada mañana cuando desde la ventana de su comandancia observa los escombros y tolderías que rodean a la Plaza San Martín: «he aquí la devastación lograda por mis soldados» debe decir el hombre; «nadie iguala el poder destructivo de mi gente» repite en voz alta mientras pide informes sobre otras zonas devastadas como Parque Camet, los barrios, calles y plazas suburbanas, el inacabado Centro Cívico hoy repletos de los rezagos de guerra del comandante y las escuelas municipales, añejos centros de adoctrinamiento del «enemigo» (la educación para la libertad) a los que con constancia y eficiencia las Arroyo Korps van demoliendo sin pausa ni piedad.

Y ese espectáculo calamitoso de la plaza emblema de Mar del Plata lo empuja a sentirse como su amado Manuel Belgrano ordenando quemar todo durante el heroico Éxodo Jujeño. Claro que en realidad el desastre deviene en este caso de la emulación de Nerón y no de la sabia aunque dolorosa estrategia del padre de nuestra enseña patria.

¿Vendrán los turistas a ver las ruinas de la guerra?, ¿volverán los bucólicos paseantes de antaño a aventurarse entre los escombros, la basura y la marginalidad que se multiplica tras la plaza sitiada?, ¿incluirá History Channel las imágenes de nuestra plaza en un compendio junto a las de Dunkerke, Hiroshima o Saigón?. El tiempo lo dirá…

La estatua de Juan Domingo Perón, enterrada entre restos de lo que alguna vez será una obra, sigue anunciando desde su cabeza limbada de bosta de paloma que, aún entre la destrucción, la paz es posible…

O algo por el estilo.