Por Adrián Freijo – El presidente no quería que avance del impuesto que promueven Máximo Kirchner y Carlos Heller. La intervención de Cristina lo obligó a mover sus piezas.
Mucho se ha ironizado desde los tiempos de Carlos Menem sobre la vigencia del verso incorporado a la Marcha Peronista que plantea aquello de «combatiendo al capital». Porque si algo ha delineado la nueva cara del viejo movimiento ha sido justamente su alianza con quienes más tienen, sus acuerdos de gobernabilidad y su derrotero hacia un capitalismo de amigos que muchas veces ha ido en contra de los intereses de quienes menos tienen. De hecho, y en sentido contrario a la historia que le dio origen, el crecimiento de la pobreza, la desocupación y la precarización laboral avanzaron sin freno alguno aún en gobiernos de ese signo.
Alberto Fernández hace equilibrio desde el inicio de su mandato tratando de atender las urgencias sociales, sostener el frente externo frente a las presiones de los acreedores y ahora enfrentando una pandemia que pareciera armada para arrastrar, además de vidas, a la economía de todo el planeta. Ni que decir de la argentina que antes del coronavirus y había ingresado en el terreno de la catástrofe, aunque la habitualidad del deterioro no nos permitiese tomar conciencia de la magnitud del problema.
El presidente sabe que no hay capital sin trabajo -eso está en su ADN peronista- pero también que no hay trabajo sin capital, algo que se aprende en el ejercicio del poder real.
El fracaso de todos los estatismos que se intentaron durante la segunda mitad del siglo XX, sostenidos por la revolución bolchevique de 1917, enterrados por el triunfo capitalista en la Guerra Fría y por su hija dilecta la globalización, logró que una generación de políticos en el mundo entero comprendan que más que los axiomas musicales de la marchita hoy reine el más moderno apotegma aristoteliano que bien fue utilizado por el Perón viejo y sabio de su final biológico: la única verdad es la realidad.
Sabe Alberto que las reglas de juego hoy pasan por el capitalismo y también que el peronismo puede hoy tallar en la distribución de las riquezas pero no puede ni debe intentarlo en la generación de bienes. Cristina lo hizo y fracasó; todos los que a lo largo del mundo lo pretendieron, terminaron arrastrados por la crisis que sus propios delirios generaron.
Solo el papa Francisco, en la soledad de una cátedra entre humana y religiosa, insiste en presionar a un capitalismo salvaje que lleva al mundo a un desastre social al que ahora se suma la debacle de la salud y el quiebre de las reglas de juego de la economía.
Enhiesto y moral frente a una Plaza de San Pedro vacía y helada, el pontífice sabe que solo un milagro de su patrón, o una explosión universal, pueden acercar hoy las posiciones entre los que sufren y sus explotadores. Y también que Dios es proclive a dejar que nuestros entuertos los arreglemos aquí en la Tierra, sin intervención divina…
El problema radica en los que se creen Dios. En aquellos que suponen haber encontrado la cuadratura del círculo cada vez que se les ocurre una ley que, oh casualidad, suele afectar en forma directa a sus enemigos; a los que por añadidura consideran invariablemente estúpidos.
Vayamos a la cuestión del impuesto a la riqueza pergeñado por un ajado marxista, Carlos Heller, que sigue ufanándose de haber salvado la economía de Boca Juniors en tiempos en los que hizo todo lo contrario a lo que hoy propone y supo recurrir a la ayuda «de los amigos» a través de la relación existente entre Antonio Alegre -beneficiario de gran parte de la obra pública durante el gobierno de Raúl Alfonsín– y un estado bobo que terminaba beneficiando siempre a los cercanos al poder y cuyos fondos se desviaban con una facilidad que hubiese hecho parecer un principiante al mismísimo Mauricio Macri.
Uno de los odios más profundos que aún hoy carcome al titular del Banco Credicoop es que sus pretensiones de presidir el equipo xeneixe naufragaron de la mano del acuerdo entre Alegre y Macri, un sucesor que ni siquiera posó una distraída mirada sobre las cuentas de un club que debió haber terminado en Comodoro Py explicando como se sanean finanzas…con fondos que nunca entran. Cuestiones de un pasado que ya prescribió.
El otro mentor del impuesto que desvela al poder es Máximo Kirchner, quien a la sazón cumple una vez más como testaferro de su madre -tarea que seguramente domina- en la lucha desenfrenada de la ex presidente contra sus molinos de viento personales entre los que el Grupo Clarín muestra las aspas más visibles. Aquí ni siquiera hay ideología…solo el rencor y la revancha mueven las fichas de un ajedrez en el que todas las piezas se suponen del mismo color y en el que el presidente es visto como un peón en la primera línea de planteo de la estrategia.
Pero el jefe de estado sabe que este no es momento para plantear combates definitorios y sobre actúa un apoyo a la medida que en realidad sabotea operando sobre el Senado a través de un «amigo invisible» como el santafesino Carlos Reutemann, que acaba de crear un minibloque de tres miembros que podría llegar a poner en jaque el proyecto Heller-Kirchner que necesita de una mayoría especial para ver la luz y al que ya adelantó su oposición.
Cristina envió un fuerte mensaje a la Corte pidiéndole una declaración de certeza acerca de los alcances de un debate virtual de la propuesta -debido al cierre obligatorio por la pandemia- pero que para los más finos observadores de la interna peronista huele más a un paraguas frente a la posibilidad de que la norma no avance en el Congreso. La ex presidente prefiere que un largo debate judicial ponga todo en espera, hasta conocer si cuenta o no con los votos.
Pero Alberto que, como resultado de sus muchos años de armador en la sombras del poder, de tejes y manejes políticos sabe más que nadie en el país, ya les avisó a los jueces del tribunal supremo que va a poner bajo la lupa el análisis de cualquier fallo que haga a la cuestión de fondo. Y para ello les recordó que es jurisprudencia cortesana aquello que supieron sostener en su momento: «que la facultad atribuida a los representantes del pueblo para crear los tributos necesarios para la existencia del Estado, es la más esencial de la naturaleza y objeto del régimen representativo republicano de gobierno , y que el cobro de un impuesto sin ley que lo autorice es un despojo que viola el derecho de propiedad». ¿Puede una conferencia virtual controlar el quorum, la permanencia de los legisladores en sus bancas, el cumplimiento reglamentario y la necesaria seguridad a la hora de la votación?. Los reclamos de inconstitucionalidad y/o nulidad aparecen tras el monte de las sonrisas forzadas…
Tal vez estemos a las puertas de un largo conflicto judicial que puede hacer caer en abstracto una norma semejante.
¿Es que el presidente se ha convertido en un cruel capitalista?, ¿opera en favor de los poderosos?, ¿traiciona a su pueblo?…nada más lejano a la realidad.
Tiene por delante más de tres años de gobierno en los que el capital y su confianza en las reglas de juego serán fundamentales. «Sin capital no hay trabajo y contra el capital no hay confianza» repite una y otra vez a todos los que se le acercan para plantear soluciones de sesgo populista. «Podemos controlar, regular, pero no podemos inventar una realidad distinta a la que viene: o generamos reglas de juego que inviten a invertir en el país o nos encaminamos al abismo» insiste.
Sabe que el coronavirus adelantó la lucha interna por el poder real y aceta que el destino lo puso frente a una disyuntiva que es a la vez una oportunidad: es ahora o nunca. Se convierte en el hombre que saque a la Argentina del atolladero -resolver los problemas del largo plazo es otra cosa- o emerge de la crisis con una debilidad que le abrirá la puerta a cualquier experiencia autoritaria y populista.
Y autoritarismo y populismo, en este país, tienen nombre y apellido. ¿Hace falta explicitarlo?.
Frente a sus fieles el mandatario se pregunta cual es la razón de un impuesto cuya recaudación ideal no aporta mucho a la solución final y que además será pagado por muchos a los que el estado les está sosteniendo las nóminas salariales, perdonando impuestos y ofreciendo créditos subsidiados. Todo un absurdo…
Y lamenta también que cualquier cambio en las reglas de juego -uno más en la vasta historia de trampas argentinas- complicará el frente externo a la hora de negociar la deuda. ¿Quién va a aceptar promesas de un país que nunca cumple lo acordado? se pregunta, sabiendo que en el mundo que viene -tan parecido al que se conoció luego de la Segunda Guerra Mundial- volverá a tener mucha importancia la vieja pregunta que inquiría «y vos, ¿de qué lado estás?».
Cosas de un juego en los que algunos hacen ideología, otros extrañan el poder…y solo uno tiene que ejercerlo; con todo lo que ello representa.