EL KIRCHNERISMO Y SU PASIÓN POR LAS EXCUSAS

Apenas 24 horas pasaron desde la paliza electoral que el oficialismo sufrió en el país y ya los rictus defensivos, las justificaciones y excusas están al orden del día. Así otra debacle asoma para noviembre.

«Les pasó a todos los oficialismos en el mundo» dicen algunos popes del golpeado oficialismo argentino. «No supimos explicar la crisis» dicen otros, emulan do la estólida explicación que en momentos de debacle intentaba la administración de Mauricio Macri cuando se lamentaba de aquel gradualismo que nadie le pedía y a todos terminó afectando.

«La culpa es de Alberto»…coincidieron todos.

Nadie se detuvo a aceptar que el doble comando -con uno de los conductores acostumbrado a manotear todo el tiempo el volante de su coequiper- sumió al Frente de Todos en una ciénaga que jamás le permitió hacer pie y encaminarse a un rumbo pre determinado.

Tampoco a convencerse del rechazo de la sociedad a algunas figuras que, escondidas tras la máscara del poder interno, tomaron el protagonismo del gobierno, de la campaña y del dudoso derecho a interpretar que era lo que querían los argentinos.

Máximo Kirchner, el hombre que no sabe disimular su extravagante visión de la realidad, Sergio Massa, al que los argentinos ya ven como un saltimbanqui que no duda en cambiar palabras y principios cuando de llevar agua para su molino se trata o la «candidata estrella» Victoria Tolosa Paz sumida en un tirabuzón de histerias, parrafadas y pretendidas picardías que se asemejan a los comentarios del tío en copas que no falta en ningún acontecimiento familiar son solo tres emergentes de una lista mucho más larga.

Lista que se engrosa con Hebe de Bonafini, Luis D’Elía -hoy un tanto chusco por considerar que no le son reconocidos sus «méritos»- comunicadores como Victor Hugo, el «Gato» Silvestre, Roberto Navarro o Pablo Duggan, estos últimos hermanados por pertenecer a la cofradía de «la fe del converso» ya que ayer nomás destilaban rayos y centellas con los que ahora -a cambio de unos buenos estipendios- defienden hasta la exasperación.

De todos ellos -de todos- la sociedad está harta y solo son consumidos por un porcentaje menor de fanáticos y militantes que mucho aplauden y poco aportan a esa conciencia crítica que es imprescindible para no perder el rumbo cuando se está en el poder.

Mandar organizaciones sociales a jaquearle la capital a Horacio Rodríguez Larreta fue una estrategia tan cara como inútil. Con el agravante de que el precio real lo pagamos todos los argentinos, que son más los que se hartan que los que festejan y que el resultado final redundó en un triunfo apabullante del líder emergente de Juntos por el Cambio al que además el gobierno victimizó al quitarle los fondos necesarios para financiar su distrito.

Atacar al campo y ningunear a la industria pretendiendo que el estado se quede con el grueso de sus lícitas ganancias es, además de una vía expedita a la pobreza, una supina estupidez que solo puede explicarse en la escasa cultura del trabajo que unifica a nuestra clase política y en los ajados y vetustos conceptos setentistas de su líder y orientadora.

Insistir en ocultar que el nuestro es uno de los países con menor porcentaje de la población con la doble dosis de vacuna contra el COVID-19 y uno de los de mayor mortandad por millón de habitantes es tratar de tapar el cielo con las manos o pensar que la población no tiene acceso a información suficiente como para entender rápidamente que todo lo que se afirma es producto de un marketing berreta y sin fundamento.

Tal vez si alguna vez Cristina estuviese en posición de preguntarse si es normal pensar hoy lo mismo que hace medio siglo comprendería que a su trayectoria le faltó, al menos, la materia «evolución». Alguien dijo alguna vez que quien no es revolucionario a los veinte años es un estúpido pero quien sigue siéndolo a los cuarenta es irremediablemente imbécil…

Por eso no fue Alberto, ni una mala comunicación con la sociedad ni siquiera parte de un fenómeno mundial: fue el hartazgo de la sociedad por las luchas intestinas, la actitudes de soberbia y agravio constantes, la instalación de una agenda que no es la de la gente, el ideologismo vacío que pretende que los argentinos somos lo que no somos y queremos estar con un mundo al que no pertenecemos y sobre todo la pésima gestión económica y política que caracterizó al gobierno desde el día mismo de su instalación.

Lo que ocurrió en las PASO es que el núcleo de la sociedad argentina le avisó al Frente de Todos y a sus dirigentes que yendo por donde va se equivoca, que ha llegado la hora de dejar de jugar al discurso y poner manos a la obra para comenzar a solucionar problemas y que no son solo los hombres los que deberán renovarse para recuperar la confianza pública. Es, sobre todas las cosas, la necesidad imperiosa de cambiar este modelo del clientelismo, el sectarismo y la decadencia por uno de acuerdo, trabajo y convivencia.

Todo lo demás son excusas destinadas a chocar al gobierno contra la pared en muy corto tiempo…