En tiempos democráticos el peronismo se ha ingeniado para llegar o volver pronto al poder desestabilizando a cualquier gobierno que no sea de su signo. Y todo indica que con Macri no piensa cambiar.
Aquellos míticos trece paros a Alfonsín fueron solo el comienzo de una historia que, de algún modo, se emparenta con el golpismo. Cuando se observa el «tiempo de gracia» que el justicialismo dio a los gobiernos de su propio signo y se los campara con igual actitud ante las dos administraciones radicales se entiende con claridad lo que más que una estrategia parece una convicción basada en aquella poco feliz frase del fundador: «al enemigo…ni justicia». Triste afirmación que, como tantas otras de un líder que pudiendo ser eternamente brillante tantas veces se empecinaba en ser ramplonamente grosero, que sus seguidores encontraron cómoda para asumir como eterna justificación de sus desmanes y hasta crímenes.
LA TRISTE TABLA DE LA «ESTRATEGIA» PERONISTA
Por eso cuando se convoca al control ciudadano, se pide reglamentar el derecho a huelga o se proponen tribunales constitucionales que resuelvan cuando una actitud está dentro del marco de la Ley Fundamental y cuando se aparta de ello, no se está atacando la libertad individual ni el derecho a plantear cuestiones sociales desde la movilización y aún el paro. Lo que se está pidiendo es poner coto a la utilización de derechos consagrados por esa misma Constitución para voltear gobiernos de otro signo y retomar el poder como si fuese de su propia pertenencia.
Y esto debería preocupar sobre todo a los millones de peronistas que no entran en este juego pero que siempre terminan convirtiéndose en una cómplice mayoría silenciosa.
Y cuando las mayorías son silenciosas, no sirven para nada.