(Escribe Adrián Freijo) – En el mundo se elogia por estas horas la firmeza e inteligencia de la negociación argentina. Existe interés y hasta premura por comenzar a negociar créditos con el país.
Aunque no sea de las cosas cuyo resultado puedan verse en forma inmediata, la probabilidad de un acuerdo con los bonistas que quedaron fuera de los dos canjes encarados por el gobierno que terminó en diciembre traerá para la Argentina un logro largamente esperado: el retorno al mercado mundial de capitales.
Ningún país de la tierra –NINGUNO– puede encarar un proyecto de desarrollo serio sin la asistencia del crédito internacional. Los ejemplos de ello campean en la historia contemporánea pero encuentran en las últimas décadas dos ejemplos tan dramáticos como ilustrativos: Argentina y Venezuela.
Ambos países -o debería decirse ambos gobiernos- cometieron el error de creer que la lluvia de dólares que ingresaba a sus arcas por el alto valor de los commodities , la soja en nuestro caso y el petróleo en Venezuela, les daban margen para ningunear al sistema financiero, a las potencias y al mundo en general.
Con un precio del barril de crudo en el orden de los U$S 250 y la soja a U$S 680 la tonelada, todo aparecía color de rosa para los cultores de esas extrañas revoluciones en las que la gente se embrutece y empobrece y los líderes atesoran verdaderas fortunas.¿Pero quién se iba a quejar por los groseros actos de corrupción cuando todo el mundo tenía un «pesito en el bolsillo» y además esa zanahoria en la punta del palo que para la patética América Latina siempre fue la lucha contra el imperialismo?. Aunque la mitad de las veces el imperialismo ni se haya enterado…
Hoy, con el petróleo en un piso histórico de U$S 25 y la soja apenas por arriba del los U$S 140, la historia es muy otra. Especialmente porque los líderes populistas no son de abrir sus billeteras para devolver, aunque sea en parte, lo que se robaron durante los tiempos de bonanza.
Algún día aprenderemos, tal vez tarde, que lo que aquí se escapa por los pasillos de la corrupción es lo que en los países serios se llama ahorro. Ni más ni menos.
Los precios de las materias primas tuvieron desde siempre picos de altura y llanuras de piso. Y por ello es que justamente que nació el crédito internacional: para sostener a los países en los momentos en los que sus explotaciones básicas conocían precios deprimidos e impulsarlos un escalón más arriba en los buenos momentos. Por ello ningún líder con algún grado de capacidad caerá en la estupidez de creer que jamás necesitará de la asistencia crediticia internacional.
Ninguno salvo, claro está, esperpentos populistas como los Kirchner, Chávez o la caricatura patética de Maduro.
Y en ello radica el peso aún no valorado de este retorno argentino al seno de la comunidad internacional. Aunque llevará aún muchos años que el mundo vuelva a confiar en un país que si mañana cambia de humor volverá a caer en viejas mañas. Ya pasó tres veces en la historia; demasiado como para que no sospechen que es una tendencia natural de los argentinos.
Pero lo cierto es que se avecinan años de recesión mundial con precios bajos en los mercados que son el fuerte de nuestra economía y ello hace imposible poder subsistir sin asistencia crediticia. Salvo que pretendamos seguir con una emisión descontrolada y una inflación que hace empalidecer a los países africanos.
Por eso, aunque usted no lo vea en su recibo de sueldo, el acuerdo al que está por arribar el gobierno argentino será para su economía personal una de las mejores noticias del año.
Con crédito para sostener reservas, llevar adelante obras públicas y pagar vencimientos atrasados, la inflación comenzará a ceder en el segundo semestre del año y llegará a niveles internacionales no más allá de mediados del 2017. Entonces si usted gana $100 tendrá en el bolsillo $100 para planificar su vida sin necesidad de salir corriendo a consumir falsamente para rescatar el valor de la moneda.
Es lo que se llama volver al círculo virtuoso de la economía, que exige esfuerzo, trabajo y capacitación. Pero tiene un mañana en el que cada uno puede ser protagonista.
Muy lejos del círculo vicioso del reparto demagógico, que termina metiendo la mano en el bolsillo de aquel al que dice beneficiar, quebrando su voluntad con el miedo a quedarse sin nada y destruyendo toda posibilidad de progreso del país.
El mundo conoce la diferencia, y por eso ahora nos mira con entusiasmo y expectativas. No fallemos…