El suicidio político que representaría una interna oficialista en la ciudad

Por Adrián FreijoHay dos lujos que Mar del Plata no puede darse: un intendente debilitado ante un poder provincial que va por todo y un radicalismo sin lugar ni fuerza para sostener la gobernabilidad.

«Para saber hacia donde vamos es imprescindible conocer de donde partimos». Este viejo apotegma debería ser tenido en cuenta ante cualquier decisión trascendental de la vida de cada uno de nosotros pero mucho más cuando la misma afecte a miles de personas que cada día sale a pelearle a la vida esperando que mientras tanto alguien vele por las cosas comunes.

Mar del Plata transcurre hoy un escenario especialmente delicado. Una alianza de gobierno que cruje y una oposición que busca aprovechar la oportunidad de hacerse, por fin, con ese tesoro tan deseado y esquivo que para el peronismo, en todas sus formas, ha sido llegar al gobierno de la ciudad.

Guillermo Montenegro, con un alto índice de aceptación en la comunidad, no tiene sin embargo un espacio político propio y consolidado. Desde su retorno reciente a Mar del Plata -no tiene como otros dirigentes días, meses y años de armado propio- hasta el fragor diario de una administración de por sí exigente y que duplicó sus requerimientos en tiempos de pandemia, son muchos los elementos que conspiran contra un liderazgo que se hace en base a gestión pero no responde a los cánones tradicionales de la política. Por ahora el intendente es el jefe…pero aún no es líder.

Y lo que le ocurre está emparentado con la realidad del PRO en todo el país. Desde su fundación misma el partido de los símbolos amarillos se construyó en torno a una persona desangelada para el liderazgo personal, enamorada de las encuestas y el márketing y con escasa empatía a la hora de relacionarse con la gente. Si casi podríamos afirmar que el último Mauricio Macri, el derrotado por Alberto Fernández, que transitó el camino al ballotage con enjundia, pasión y entregado al contacto personal con el votante, fue el único atisbo de un naciente liderazgo que conoció el sector que casi en soledad había gobernado la Argentina en los últimos cuatro años. El único y el último; desde su retiro del poder el ex presidente ha hecho todo lo posible por alejarse cada día un poco más de la gente. Y vaya si lo está logrando…

Hoy Horacio Rodríguez Larreta está tratando de ocupar ese liderazgo vacío, pero deberá remontar una cuesta difícil en la que una de las acechanzas mayores es el lento desfinanciamiento que el gobierno nacional pretende hacer del distrito que gobierna su peor opositor. ¿Podrá el jefe de gobierno resistir dos años más entre un electorado porteño exigente, mal acostumbrado a un estándar de vida muy por encima de la media y que seguramente caerá en picada en los tiempos que vienen?. La historia nos enseña que los porteños están a costumbrados a resistir desde el poder y la riqueza y no desde el sacrificio…

Así las estrategias políticas de Larreta, que deben esquivar no pocos escollos también en su propio sector, son por ahora un desafío y una incógnita.

Si cede al liderazgo de perfiles populistas que parece ser el preferido de los argentinos deberá competir contra una estructura peronista acostumbrada a ese terreno, a sus trampas y a sus agachadas.

Si por el contrario insiste en una oferta diferente, puede terminar padeciendo el mismo calvario que su antecesor, siempre incapaz de interpretar las demandas y necesidades de las personas que viven más allá del área metropolitana o de los grandes centros urbanos.

Que para eso estaba el radicalismo y, de la mano de los destratos de Macri y de sus colaboradores de la malhadada mesa chica, fue quedando relegado en las decisiones del poder, juntando rencor y reorganizándose  hacia adentro convencido que estaba más cerca la ruptura que de la consolidación de la alianza.

Si hasta padeció en silencio, y mientras pudo, las groseras admoniciones de Elisa Carrió que poco y nada hizo para sostener la integridad de Juntos por el Cambio. No en vano aquel desprecio que por ella y sus maneras de hacer política se cansó de expresar el propio Raúl Alfonsín que ya en el año 2007 sostuvo que Lilita era «enemiga de la Unión Cívica Radical. De lo peor que se pueda pedir en cuanto a enemigo, porque es hipócrita». Sin embargo los radicales, convencidos de que la propuesta de unirse al PRO los devolvería a los primeros planos y al poder, terminaron aceptando la incómoda presencia de aquella que los ninguneaba y a la que Macri utilizaba para salir a denostarlos y restarles valor públicamente.

Hoy los rencores ocupan el centro de la escena, son muchos los boina blanca que creen llegada la hora de ir por el poder interno de la alianza y la aparición de nuevas figuras y liderazgos -Maxi Abad, Facundo Manes y Martín Lousteau, por citar a los tres más nombrados en los últimos tiempos- apoyados por figuras de peso dentro del centenario partido, empujan los hechos y los tiempos hacia un enfrentamiento que puede representar el final de esta experiencia inédita de una coalición en la búsqueda y el ejercicio del gobierno.

Solo el marplatense Abad parece entenderlo y hace malabares para evitar una ruptura que, en el caso de nuestro distrito, se parece mucho más a un suicidio que a una lógica puja interna de las que siempre aparecen en torno al poder.

Una PASO entre la UCR y el PRO no puede tener otra cosa que resultados desastrosos para la gobernabilidad en la ciudad y para quien resulte derrotado.

Si la UCR, con su estructura y de la mano de la figura hoy ampliamente aceptada de Abad, le gana a Montenegro, el intendente transcurrirá los dos últimos años de gobierno en un marco de debilidad notorio. Porque además no todos los radicales son capaces de entender el valor de los equilibrios como ya desde sus tiempos de principal interlocutor de María Eugenia Vidal ha demostrado el diputado marplatense, hábil hasta lo sorprendente en eso de ayudar a construir gobernabilidad y ceder sin dar un solo paso atrás.

Pero ese reconocimiento es hoy más notorio hacia afuera de la UCR que hacia adentro: las pujas internas, las ambiciones de poder y las urgencias por colocarse bajo el siempre cálido solcito de la administración pública, con «cajas» incluidas, están hoy al orden del día y los puestos en juego en la próxima elección no llegan a cubrir ni medianamente las expectativas.

De manera tal que un eventual triunfo radical representaría por decantación un asalto al poder político local en un momento en el que las expectativas ciudadanas parecen depositarse más en la figura de Montenegro que en la histórica estructura de la UCR o en alguno de sus liderazgos emergentes.

Pero tampoco el intendente puede darse el lujo de perder el acompañamiento de los radicales. Los tiempos que vendrán hasta desembocar en 2023 será complicados y necesitarán de una unidad monolítica y una mayoría neta para gambetear las acechanzas de un peronismo que por estas horas se relame de solo pensar en la hipotética división de Juntos por el Cambio.

No son pocos los radicales que aportan hoy experiencia y gestión al gabinete de Montenegro. Y esa alianza tácita con Daniel Katz -que también padece las presiones de los radicales más belicosos para romper con el PRO e ir a una interna- mucho le ha servido para cubrir áreas delicadas con hombre que bien conocen los secretos de gobernar.

De esa división depende que el Frente de Todos pueda convertirse en eje de la gobernabilidad y sus dirigentes saben de sobra como hacer para sangrar al gobierno municipal cada vez que, en sus necesidades o proyectos, necesite del visto bueno del siempre complicado kirchnerismo.

Y ni que decir si para llegar a las manos alzadas necesarias el jefe comunal tiene que negociar cada cosa con Gustavo Pulti. Para el ex intendente se abre de esta manera una posibilidad inédita de convertirse en el verdadero factor de poder en la ciudad y de paso avanzar en su estrategia de terminar, de una sola vez, con el liderazgo de Fernanda Raverta y el veto de su sector a su persona y expectativas y la siempre adversa mirada que sobre él tienen los radicales. Vaya bingo que podría gritar tras el comicio…

Por todo ello el enfrentamiento en la coalición de gobierno sería una locura en la que no habría, cualquiera fuese el resultado, un ganador. Y si muchos perdedores de cara a lo que viene.

¿Lo entenderán?, ¿comprenderán que en política saber interpretar los tiempos es más importante que el mediocre poroteo por cargos o por votos?, ¿tomarán conciencia del poder de estar juntos frente a las acechanzas de dividirse?.

Parece fácil de entender. Pero si nuestra clase política fuese de fácil entendedera tal vez el país y la ciudad no estarían como están…

Amanecerá y veremos…