Empresa Nacional de Alimentos: volver al siglo pasado

Por Adrián FreijoUn mecanismo anacrónico, desechado hasta en países que aún se definen como socialistas y que amenaza con aumentar la burocracia y destruir el mercado que pretende proteger.

 

El Gobierno confirmó este jueves que estudia la creación de una Empresa Nacional de Alimentos para intentar contener los precios, tal como habían propuesto desde el Ministerio de Desarrollo.

«La inflación es un daño para la mesa de los argentinos y el Gobierno no evalúa en términos politicos aquello que representa un daño. La posibilidad de una Empresa Nacional de Alimentos que ayude a que los precios sean de alguna manera… ayudar a la productores pequeños y medianos, que ya existe muchísimo, hacer de esto un tema más masivo para que las verduras y hortalizas lleguen de manera mas barata, sí, sin duda el Gobierno está empeñado en ver cómo ayudar a los pequeños y medianos productores», señaló la vocera oficial Gabriela Cerruti.

La idea, que sorprendió a analistas y empresarios del sector, vuelve a referir a una Argentina arcaica, con procedimientos propios de la mitad del siglo veinte y con un estado incapaz de encarar reformas de fondo que terminen con el flagelo de la inflación y las consecuencias de atar el precio de todos los bienes y servicios –incluidos los alimentos- a el combo de ese índice y los vaivenes de dólar.

En un momento en el que tanto el BCRA como el Tesoro parecen haberse quedado sin instrumentos para modificar estas circunstancias y que el incipiente acuerdo con el FMI obligará a ajustes que, entre tantos otros, pasarán por la actualización del dólar oficial y el aumento de la presión fiscal –que el gobierno niega al mismo tiempo que comunica nuevos impuestos, suba de tarifas y actualizaciones de todo tipo en servicios del estado- el anuncio oficial parece un rayo en un día de sol.

¿Cree realmente el gobierno que una empresa estatal dedicada a la generación de alimentos servirá para otra cosa que no sea aumentar la burocracia estatal, caer bajo el poder de los sindicatos del sector, ser cooptada por la ineficiencia de las organizaciones sociales a las que seguramente se les otorgará el “privilegio” de colocar a su gente y terminar, como ha ocurrido siempre en estas experiencias intervencionistas, convertida en formadora de precios por fuera del mercado y las leyes de oferta y demanda que rigen hoy en el mundo entero, aún en aquellos países que en su organización política se dicen socialistas?.

China no tiene empresa estatal de alimentos, Rusia no tiene empresa estatal de alimentos ni fija precios oficiales, los países africanos no las tienen y hasta Corea del Norte ha elegido transitar por la fijación de precios máximos…y afronta la hambruna más dramática de su historia.

Si hasta Venezuela, el reino de la sinrazón económica y el desvarío, ha optado en el último año por frenar la locura inflacionaria dolarizando paulatinamente su economía. ¿Resultado?: es probable que al finalizar 2022 o a más tardar mitad del próximo la variación de precios del país caribeño llegue a ser menor que en la Argentina. Algo impensado hace pocos meses…

Y así, mientras hasta las incipientes nuevas formaciones de izquierda que hoy asoman al poder en América Latina –Chile, Perú, probablemente Colombia y algunas experiencias en Paraguay que se emparentan con las gestiones del Frente Amplio en Uruguay- apuestan a las leyes del mercado, al libre comercio y a la integración regional, al mismo tiempo que rechazan los sistemas vigentes en países gobernados por ideologías supuestamente afines como Venezuela, Nicaragua o Cuba,  el gobierno de Alberto Fernández parece caminar en contra de la historia y se aferra a experiencias del pasado que, ni en los tiempos del estatismo victorioso, sirvieron para otra cosa que no fuese el retraso y la destrucción del comercio y la producción.

Y es que a esta altura del siglo XXI a nadie se le ocurre que el estado pueda ser el protagonista y rector del comercio mundial, absolutamente globalizado y sujeto a las normas de un mercado que hace de la desregulación uno de los instrumentos más poderosos de la competencia comercial. Lo que no importa ya si es bueno o si es malo: simplemente es.

Cosas de un país país, el nuestro, que como los perros vive mordiendo su propia cola.