(Escribe Adrián Freijo) – Los candidatos quieren hablar frente a los empresarios y transmitir la seguridad de que van a producir los cambios que piden. Pocos los escuchan y lo más interesante está en el «off»
Hay un denominador común entre los asistentes al clásico encuentro en Mar del Plata y es el convencimiento de que, gane quien gane, los pasos que se darán serán similares y los temas a abordar son los mismos.
«Esta vez los tipos no van a poder elegir» dicen por los pasillos, «Cristina les deja una lista de problemas de manual que ya no pueden esperar más tiempo para ser abordados ni demasiadas opciones para hacerlo».
Saben que en las actuales condiciones -sin reservas, con una tasa de interés inmanejable, y sin crédito externo- cualquier intento heterodoxo de poner a la Argentina en la ruta tiene destino de fracaso a corto plazo. Y por ello están convencidos que el ganador deberá concentrar todo el esfuerzo de los famosos «100 días de gracia» en resolver los temas pendientes con los acreedores que quedaron fuera de los dos canjes y así recuperar crédito externo.
Y cuando hablan de ello no se refieren tan solo a la plata fresca que podría entrar en el país una vez que se retomen los mercados de crédito, sino también a la posibilidad de reestructurar vencimientos de los dos próximos años para tener un respiro.
«Si el nuevo gobierno consigue unos U$S 5.000 millones y logra refinanciar otros U$S 3.000, habrá dado un paso gigantesco hacia adelante» repiten.
Todos coinciden que si la lucha contra la inflación puede encararse con este flujo, la recuperación de reservas vendrá del ingreso de divisas por exportaciones. Y saben que para ello ninguno de los posibles ganadores va a poder evitar tener que encarar la reestructuración del sistema de liquidación de divisas para hacerlo más ágil y eficiente. «Si no se logra armonía con el sector exportador, estaremos en problemas» concluyen.
Hay dos aspectos que ocupan sin embargo el centro del debate en los corrillos, aunque todos se cuiden de decirlo en voz alta. El primero de ellos tiene que ver con la millonada que el país gasta en importación de energía y que representa una hipoteca ilevantable para cualquier administración seria.
Todos coinciden que la inversión en el sector es prioridad y todos saben que el país no está en condiciones de hacerla ni lo estará en bastante tiempo.
Por eso insisten, en el tono más bajo posible, que «alguna joya de la abuela va a haber que vender» y saben que el secreto está en la Ley de Inversiones Extranjeras -la famosa previsibilidad de la que todos hablan y nadie llama en voz alta por su nombre- y la marcha atrás en varias regulaciones del kirchnerismo que nada tienen que ver con el mundo en que se vive.
Claro que las «joyas de la abuela» pueden venderse para tirar manteca al techo o para invertir el producido en cosas que potencien el crecimiento de la familia.
Y esa será la gran elección estratégica de la próxima administración.