Por Adrián Freijo – Protocolos adecuados y control han sido suficientes para que el nivel de riesgo de contagio en el sector gastronómico haya sido considerado ínfimo en todo el planeta.
Las experiencias en todo el mundo -y más recientemente en nuestro país- demuestran que la actividad gastronómica supone un bajo riesgo en lo que tiene que ver con el riesgo de contagio.
De hecho la OMS aprobó un cuadro de actividades en las que tal actividad aparece en el cuadro de lo considerado como «BAJO MODERADO» lo que indica la posibilidad cierta de llevar a cabo su apertura.
De hecho existe en Argentina un caso paradigmático y es el de la provincia de Salta. En la capital de ese estado provincial se retornó a la actividad gastronómica plena, siguiendo un estricto protocolo, y pese a la explosión de contagios que la convierten en epicentro de la pandemia no se ha detectado un solo caso de contagio proveniente de la asistencia a un local gastronómico.
Dicho esto analicemos que pasa con la materia prima y su manipulación en los restaurantes y otro tipo de locales dedicados a la acrividad.
Es poco probable que la COVID-19 se transmita a través de los alimentos o de envases de productos alimenticios. La COVID-19 es una enfermedad respiratoria que se transmite principalmente a través del contacto entre personas y del contacto directo con las gotículas expulsadas al toser o
estornudar por una persona infectada.
Hasta la fecha, no se ha demostrado que los virus que causan enfermedades respiratorias puedan transmitirse a través de los alimentos o de los envases que los contienen. Los coronavirus no pueden multiplicarse en los alimentos, pues necesitan un huésped animal o humano para hacerlo.
Lo que nos lleva a resumir que, siguiendo los protocolos indispensables que reglen la distancia mínima obligatoria, la higiene y desinfección del local, el desarrollo de la actividad en la vereda, el auto control de los visitantes, el control de los responsables del lugar y la supervisión constante del estado no existe motivo alguno para seguir demorando la apertura de la gastronomía en nuestra ciudad.
En el caso puntual de Mar del Plata la cuestión engloba a una de las actividades comerciales de mayor relevancia y la continuidad de la prohibición representará una cadena de cierres, pérdidas de puestos de trabajo y de quiebras que pueden llegar a causar un daño irreparable para los próximos meses, agravando la ya de por sí desesperante realidad socio-económica de la ciudad.
Algo que a la luz de los datos recogidos en todo el planeta y el insólito hecho de que se hayan autorizado actividades que en el mismo ránking de la OMS aparecen como del más alto riesgo (ej: bares) convierte la negativa en algo sin explicación. Máxime cuando todos los especialistas coinciden en que el mayor índice de contagios proviene de la violación de las normas en reuniones de amigos, bailes, aseados y mateadas. Algo que en ningún caso puede ser detectado por las autoridades de no mediar una denuncia concreta.
Más allá de las especulaciones políticas que han partido al medio a la Comisión de Reactivación Económica -y que muestran a un sector partidario utilizando en beneficio propio la delicada situación de miles de pequeños empresarios y más trabajadores- el gobierno municipal debe tomar el toro por las astas y devolver la actividad a un sector probadamente inocuo con respecto al COVID-19 y sus riesgos y también comprobado eje de la realidad económica marplatense.
No es atacando la gastronomía como vamos a salir adelante; y ello ya ha quedado debidamente comprobado en todos lados.