Por Adrián Freijo – Todos salimos a buscarla y en eso estuvimos hasta su aparición. Pero una vez más «la ausencia» esconde una decisión voluntaria, enfermiza y que nos plantea cual es el límite.
Un mensaje en el Facebook de Érica Romero fue publicado este domingo a la noche y la Policía investigó desde ese momento si realmente fue escrito por ella.
“Gente, estoy muy bien. Me fuí de viaje”, apareció escrito en su red social. Érica desapareció el jueves y su familia realizó unos días después la denuncia. Desde ese momento fue buscada por autoridades judiciales y policiales y se convirtió además en una «estrella» de las redes sociales.
Efectivos de la Dirección Departamental de Investigaciones trabajaron para determinar si el mensaje fue realmente escrito por ella. Intentaron comunicarse vía telefónica y esperar que respondiera una serie de preguntas privadas que le fueron realizadas por esa misma red social. “Nos dijo que estaba bien por mensaje privado pero no pudimos escuchar su voz. Estamos esperando con mucha ansiedad», dijo la familia de la joven cuando aún nada se sabía de su paradero.
Ya hace bastante tiempo que en Mar del Plata se repiten estos casos de jóvenes que desaparecen, que ponen en movimiento toda la estructura de seguridad en su búsqueda, que movilizan redes de búsqueda a la espera de salvar una vida en peligro y que terminan siendo una y otra vez casos de personas que por propia voluntad y generalmente en búsqueda de lo que creen su bienestar personal, aún a costo de causar dolor y desesperanza en sus afectos más cercanos, y angustia a la sociedad resuelven ausentarse y generan verdaderas conmociones en torno a sus actitudes.
Ahora, una vez que apareció la presunta víctima, y más allá de cualquier valoración moral sobre sus actos y sobre la mora de su familia para reconocer la existencia de una dependencia tóxica de base y la reiteración de estas actitudes, vale preguntarnos cual es el límite para estas «desapariciones» que terminan siendo cuestiones voluntarias, personales y vinculadas a decisiones mucho menos dramáticas que la realidad de femicidios y abusos que traspasan de punta a punta una sociedad en la que 27 mujeres han sido asesinadas en el término de un mes.
Todas las realidades merecen ser atendidas, todos los problemas personales y familiares merecen nuestro respeto. Pero cada familia, que conoce la verdad que intramuros la condiciona, tiene que entender que el bien común no puede supeditarse al propio.
Y que una cosa es pedir ayuda para encontrar a uno de sus integrantes en problemas por una adicción y otra muy distinta pretender que puede enancarse «mi» problema en el drama de una sociedad machista y violenta, hoy asustada por la criminal agresión contra las mujeres, tan solo por cuestiones de género.
Porque hay muchas, que no se drogan ni se escapan, ni buscan «un tiempo libre de controles», que por estas horas pueden estar sufriendo en serio la violencia que padeció Araceli, o Wanda Taddei, o Ángeles Rawson, o Lola Chomnalez, o Melina Romero, o Paola Acosta, o Chiara Páez o Carla Figueroa, o las víctimas del cuádruple crimen de La Plata, o Candela Rodríguez, o la familia de Barreda, o Fátima Catán, o Rosana Galiano o María Soledad Morales…o tantas otras y que merecen que ni las protagonistas de las falsas desapariciones ni las familias con verdades a medias inventen un escenario que no existe.
Porque el común de la gente, aquella del «algo habrán hecho» que logró que se dejara de buscar a cada uno de los desaparecidos por la violencia de la dictadura, hoy ya dice «se habrá ido de joda» y seguramente irá aflojando también en la de las mujeres que de golpe desaparecen sin dejar rastros.
Si se trata de salvar vidas y de que la sociedad tome conciencia del drama de la violencia de género, comencemos a tomar en serio un problema que por cierto lo es. Respetando las debilidades, acompañando a quienes caen en el infierno de las adicciones, pero teniendo en cuenta a tanta víctima de la violencia externa que día a día pide a gritos ser buscada y termina padeciendo la indiferencia de una sociedad harta de quienes desde el lugar en que estén parados utilizan irresponsablemente el drama de esta hora, tal vez haya llegado el momento de sancionar no a los enfermos, pero si a quienes sabiendo que de ello se trata ayudan a crear convicciones o temores que saben infundados.
Porque la sociedad no se construye desde solidaridades emocionales sino desde el respeto irrestricto a las leyes y a la vocación de comunidad..
Y esto, lamentablemente, no está pasando…