España: la gente es la única ganadora de los comicios del domingo

Nadie puede sacar pecho y solo hay una vencedora si se logra un gobierno estable y se aprovechan los próximos años para afianzar la prosperidad anunciada: la sociedad española.

Las elecciones las ha vuelto a ganar el PP. Seis meses después los populares siguen siendo la fuerza que mayor respaldo recibe de los españoles y Mariano Rajoy queda legitimado para formar un gobierno que dé estabilidad política al país. Eso debería hacer reflexionar a todos aquellos dirigentes que conservan convicciones democráticas, para facilitar a la propia sociedad un proceso sencillo de investidura, que permita recuperar el tiempo perdido en lo que llevamos de 2016. Es cierto que no alcanzó la mayoría absoluta, pero el apoyo de casi ocho millones de ciudadanos es un buen aval para intentar gobernar. Podemos congratularnos de que la inmensa mayoría haya sintonizado con la propuesta de aquellos partidos constitucionalistas que defienden con determinación y responsabilidad a España frente al peligro que representaba la posible llegada al poder de una coalición comunista. Aupada por determinadas terminales mediáticas, la unión táctica de la izquierda radical amenazaba con poner en riesgo nuestras libertades democráticas y dañar muy seriamente nuestra economía. Esa es la gran noticia de la jornada de ayer. Los votantes han venido al rescate de los valores en jaque en la democracia española, aquellos que encarna el texto constitucional. Al fin y al cabo, en estas elecciones también se trataba de constatar cuántos apoyos tienen los que están contra el sistema o que quieren romper el consenso de la Carta Magna de 1978.

Tras el 26 de junio, los socialistas deberán plantearse seriamente su futuro. Arrastran un grave problema de liderazgo y de sintonía con la sociedad española. En esta repetición, de nuevo han perdido votos y escaños. Ya no se sostienen el sarcasmo ni la salmodia de los resultados «históricos». Son, sencillamente, muy malos, aun cuando hayan conjurado el temido adelantamiento del populismo. Les queda por delante la recuperación de su estructura interna, replantearse la figura de Pedro Sánchez, a quien solo salvaría un gobierno de gran coalición, y reformular su propuesta a la sociedad española. Planteamientos y proposiciones nuevas, ajustadas a una España que, como el resto del mundo desarrollado, sufre las consecuencias de una profunda transformación a la que no se puede hacer frente con las viejas ideas de la caduca ideología de la extrema izquierda.

Hacia ahí apunta el gran reto de los socialistas españoles: saber adaptarse a los nuevos tiempos, renovar su discurso, actualizar sus ideas y cambiar a sus dirigentes. No estaría de más que la savia que hizo grande a este partido en tiempos pasados pudiese atemperar, o al menos amortiguar, los errores de la inexperiencia de una joven guardia obsesionada con el nacionalismo y la izquierda más radical. De lo contrario, el PSOE seguirá su descenso hacia la irrelevancia. Y no será porque no lo hayamos escrito, y por tanto advertido, en multitud de ocasiones.

La participación fue menor de la esperada. Se mueve en estándares similares a los de otros países, pero no deja de ser preocupante que una parte significativa del cuerpo electoral muestre tanta desgana acerca de quién gobierna su país; acerca de quién le gobierna a él. Cabe suponer que ello no tiene que ver con la saturación de contenidos políticos por parte de determinados medios muy populares y mayoritarios, que deberían revisar también la filosofía que alienta sus parrillas. Y sus consecuencias.

Y ahora viene lo difícil. Formar gobierno tras la jornada de ayer. Necesitamos un ejecutivo que nos gobierne con plena normalidad, que nos conduzca a un nuevo reparto parlamentario en el que las torpezas propias no sirvan de caldo de cultivo a los populistas. Para ello, Mariano Rajoy deberá desplegar todas sus habilidades, que las tiene, para convencer a Ciudadanos, PNV y Coalición Canaria, y probablemente a alguien más, además de hacer ver al PSOE que su sentido de la Historia y del Estado le obliga a ejercer la oposición y a rearmarse desde la experiencia de fiscalizar al Gobierno en estos años que tampoco van a ser fáciles.

Desde hoy mismo, los políticos y todos aquellos que ejercen un protagonismo en la vida pública española deberán hacer frente a los asuntos y problemas más complejos y urgentes que quedaron aparcados, primero por la crisis y después por toda la pachanga que rodeó la fallida investidura. Es necesario poner sobre la mesa un amplio catálogo de nuevas reformas y, por tanto, un abanico de propuestas de pactos. Entre ellas, un pacto de financiación autonómica que, carente de recursos para la continuidad y con todos los consensos quemados por el debate soberanista, se vislumbra prácticamente fallido. Un recorte multimillonario próximo a los 10.000 millones de euros, que volverá a activar la protesta y la demagogia, e iniciará el desgaste del nuevo Gobierno. Una revisión del Pacto de Toledo que, calentada por la propuesta del PSOE para financiar las pensiones con impuestos, apunta a la ruptura total del modelo y a un igualitarismo de las prestaciones imposible de costear.

Ante esta situación, la emergente fuerza de Ciudadanos, cuya pérdida de sufragios debería propiciar una reflexión acerca de cuál es el perfil de su votante, jugará un papel trascendental. Está en sus manos formar parte o no del nuevo gobierno, además de coadyuvar a orientar los nuevos pactos y las nuevas políticas.

Aunque todo se parezca un poco a lo de ayer, todo ha cambiado. Nadie puede sacar pecho de las elecciones de este domingo. Solo hay una vencedora si finalmente se logra un gobierno estable y se aprovechan los próximos años para afianzar la prosperidad anunciada: la sociedad española.