EVA PERÓN: EL DEBATE QUE NO PUDIMOS AGOTAR

Eva Perón, de cuya muerte el 26 de julio de 1952 se cumplen 69 años fue mucho más que un ícono para sus seguidores; fue la figura que disparó un debate que como sociedad aún no saldamos.

Detenernos de uno u otro lado de la grieta que la sociedad argentina abrió en torno a la figura de Eva Perón sería no comprender la hondura de lo que aquella mujer representó para la sociedad argentina: el falso orgullo de casta, el prejuicio, la pacatería moral y el miedo a los que llegan a incorporarse a un espacio social que intentamos defender como propiedad privada.

Pero además recupera, en tiempos en los que vuelve a aparecer el fantasma de la división territorial, el debate nunca agotado entre el porteñismo y el interior profundo. Porque Eva fue aborrecida por la sociedad de la opulenta Buenos Aires en la misma medida en que fue amada por quienes se sentían avasallados por esa oligarquía decadente que, vaya a saber uno porque, se sentía superior al resto de los argentinos.

Y a medida en que nos internamos en el interior profundo, pobre y abandonado del país, veremos como crece ese amor por la niña-mujer que supo acercarse en forma de ayuda social pero también de promotora de los derechos de los pobres, los desposeídos, los anciano, las mujeres y los niños.

¿Lo hizo bien?, ¿lo hizo mal?…¿importa?…lo hizo.

De no ser así sería imposible que casi 70 años después de su muerte millones de argentinos aún recuerden aquella ayuda solidaria que a sus familias y a ellos mismos en su infancia les cambió la vida y les dio esperanza y sentido de pertenencia.

Una pertenencia que aún hoy es discutida por quienes no soportan, tal vez por miedo a perder un privilegio o por un inentendible orgullo de casta en un país que se cae a pedazos, que Argentina logre alguna vez ser una sociedad completa, equilibrada e igualitaria.

Los mismos que denigraron su figura parándose en una colina de odio irracional, tal vez por no poder hacerlo desde la razón. Los que festejaron su muerte y hoy no soportan su inalterable presencia en el amor de tantos y en el protagonismo de la historia.

Los que celebraron el calvario de su final y la herejía de su cadáver trashumante. Los que pretendieron enfrentarla a Perón o los que la imaginan como representante de un modelo o una idea diferente a la de su marido, el hombre por el que Eva todo lo dio y para quien consagró con un amor absoluto su vida y sus acciones.

El que parado junto al lecho de muerte de Eva lloró desconsoladamente y pronunció aquella sentencia que marca la simbiosis absoluta entre dos personas muy distintas pero consustanciadas en la mirada sobre el país y la vida: “qué solo me quedo”.

Apenas unas horas antes aquella mujer todopoderosa y al servicio del que amaba había pronunciado sus últimas palabras; «me voy, la flaca se va, Evita se va a descansar».

No podía sospechar que ello sería imposible y que aún siete décadas después el país seguiría debatiendo su figura, su trascendencia, sus ideas, sus intenciones, su vida y aquellas desigualdades que, con la vehemencia de sus pocos años y sus muchos recuerdos dolorosos, quiso cambiar y dejar atrás.

Y que tal vez llegue a ser posible a partir del fracaso de la Argentina opulenta y la irrupción de la otra, la dolorosa, la decadente…la que multiplica por miles a aquellos desposeídos a los que Eva entregó su vida.

Y aunque tal vez cuando ello ocurra «la flaca descanse» seguramente no lo hará feliz.