El debate acerca de la despenalización del aborto puede aportar mucho a la maduración de la sociedad argentina y su forma de discutir las ideas. Salvo que el fundamentalismo se imponga.
Discutir acerca de la motivación del gobierno de Mauricio Macri para llevar al Congreso el debate acerca de la despenalización del aborto puede ser interesante y revelador de muchas debilidades oficiales, pero de manera alguna debe ocupar el centro de la escena.
El derecho a la vida, los alcances de la legislación civil frente a los preceptos religiosos y hasta la necesidad de reformar todo el sistema de salud -en caso de aprobarse la legalidad del aborto- para estar acorde a una situación física y psicológica de semejante magnitud, son los verdaderos objetivos a cumplir cuando se trata de nada menos que cambiar la posición de la república frente a un tema que definirá, o no, el nacimiento de un nuevo tiempo.
De un lado y del otro de la grieta que la cuestión siempre ha despertado, se paran fundamentalistas que ven en el otro un enemigo a derrotar, un fascista ultramontano o un asesino de vidas inocentes. Y aunque marquen en su cerrazón los límites extremos de cada postura, poco aportan a un debate serio, profundo y responsable que todos nos debemos y que a todos puede enriquecer…o volver aún más necios de lo que tantas veces hemos demostrado ser como sociedad.
Hasta la Iglesia Católica, aún reafirmando su doctrina acerca del valor de la vida desde el momento de la gestación, ha aceptado por estas horas que el debate es bueno, siempre y cuando se haga sin fanatismos ni soberbia. Para quienes tenemos algunos kilómetros recorridos, esta posición eclesial no puede menos que mostrarnos un avance cualitativo de singular importancia: hasta no hace mucho el Vaticano se negaba en forma tajante a que el tema fuera siquiera tratado por los parlamentos.
El aborto debe ser abordado desde la salud, la ética, la moral, la ley, la filosofía, la religión, la libertad individual, la educación y el impacto social. Todos valores constitutivos de una sociedad que pretende estar en permanente evolución.
Y la historia nos enseña que los fundamentalismos se emparentan con el autoritarismo y la imposición, mientras que el debate de ideas abreva en la libertad y el equilibrio.
Bienvenida entonces esta discusión que nos hará bien a todos. Eso sí…fundamentalistas y fanáticos -de uno u otro lado- por favor abstenerse.